El otro día, en el
Blog de Jorge Riechmann, se ofrecía una posible actitud "realista" ante el envite secesionista para una izquierda que vaya más allá de la "realmente existente". Uno lo leyó con atención pues tiene la impresión que uno de los déficits históricos de la izquierda es su falta de "realismo" en beneficio de lo ideal y utópico hasta el punto de caer, en ocasiones, en delirios que no pueden sino conducir al "Gulag". Proponía el autor, citado por Riechmann, que hay que aceptar la inevitabilidad del fenómeno "nacionalista" y que hay que tener ante él una postura no reduccionista. Aplicado al caso concreto del programa secesionista catalán, se concluía que se debía defender, fuera de Catalunya, el derecho a la autodeterminación y dentro de Catalunya, el Estado federal.
Dejando de lado el uso probablemente poco adecuado de la expresión "derecho a la autodeterminación", no parece una actitud descabellada y tiene un punto de realismo que es de agradecer. Lo que sucede es que a uno se le ocurre que la actitud es demasiado "positiva", en el sentido de "afirmadora". Igualmente realista pero menos "positivo", y por tanto con menos margen para el error en ese compromiso político de raíz sartreana que confunde "la/s política/s" con "lo político", sería criticar, no defender. En lugar de la positividad de la defensa, la negatividad de la crítica, el cultivo de "la seriedad, el sufrimiento, la paciencia y el trabajo de lo negativo" (Hegel): criticar allí, y aquí, los programas políticos nacionalistas, tanto el español como el catalán; criticar, aquí y allí, las nociones de unidad de España y de Catalunya; criticar, allí y aquí, el aplastamiento de la individualidad por la comunidad; criticar, por doquier, el "opio del pueblo" en cualquiera de sus formas. Eso es, también, una actitud realista.
Entre sentimiento de pertenencia a un espacio, un tiempo, una lengua o un grupo y nacionalismo no acaba uno de ver que exista una relación inherente e inevitable. El nacionalismo es un invento reciente. El sentimiento antes mencionado puede ser rastreable desde hace muchos más siglos y, es por tanto, sustancialmente, distinto. Puede que el nacionalismo haya venido, como el capitalismo, para quedarse. Mas jugar en el terreno marcado por sus tramposas reglas no es más realista que negarse a ello. Por ejemplo: no era más realista quien intentaba moderar el nacionalsocialismo que quien se oponía radicalmente a él y lo combatía. No se trata de hacer como si el nacionalismo o la religión no existieran pero tampoco aceptar su existencia como punto de partida que haya que aceptar para poder dialogar. Se puede dialogar sin aceptar sus premisas. La crítica debería ser el primer movimiento "realista" en el sentido que Kant le da en la
Crítica de la razón pura: "Sólo a través de la crítica es posible cortar las mismas raíces del materialismo, del fatalismo, del ateísmo ,de la incredulidad librepensadora, del fanatismo y la superstición, todos los cuales pueden ser nocivos en general, pero también las del idealismo y del escepticismo, que son más peligrosos para las escuelas y que difícilmente pueden llegar a las masas" (B XXXIV).
Crítica y vigilancia.