Asimismo, un amigo critica que hace meses parecía abogar por la revolución y ahora no. Puede que uno se contradiga pero intenta, en la medida de lo posible, evitarlo al máximo.
Me da la impresión de que, en su día, uno se limitó a aseverar que, ante la falta de opciones políticas sustantivamente diferentes y la evidente dictadura del "mercado" (de las grandes corporaciones, del capital en su sentido más puro y duro), amplias capas de la población que depositaron sus esperanzas en el estado del bienestar como alternativa pragmática (el estado como corrector de las desigualdades, la democracia representativa, un relativo régimen de libertades, etc.) podrían ponerlas, ahora, en una revolución. Y advertía que, en el caso de que se desatara semejante proceso (no sé si ocurrirá o no), deberíamos andarnos con cuidado porque las revoluciones, hasta ahora, ni acostumbran a ser lo que parecen ni son tan hermosas como nos las representamos. Ya está.
En otra nota dejé un día constancia de que uno desconfía de las tomas de partido políticas, que no del compromiso con "lo político". Por tanto, difícilmente se me verá abogar ni por la revolución ni por su represión ni creo haberlo hecho en estos años (otra cosa es el pasado).
Por último, un lector y amigo cree que de mis palabras sobre Keynes se colige que prefiero que las cosas sigan como están. Uno no diría tanto. ¿Queda algo de keynesianismo hoy día? ¿Son los subsidios que mantienen la situación de indigencia de millones de ciudadanos en Estados Unidos o Gran Bretaña, pero también en España, keynesianismo? ¿Un programa keynesiano no sería visto, hoy día, casi como radical e impracticable?
En cualquier caso, uno hablaba del día a día. Reitero: sub specie aeternitatis, mirada desde la que algunos partidarios de la revolución sangrienta y total, o simplemente total, parecen contemplar el mundo, ¿qué importancia tiene que los homosexuales puedan contraer matrimonio? ¿O que Palestina se proclame Estado independiente? "Regresión conservadora", "paso innecesario"... ¿Qué sentido tiene luchar por un Estado si lo que tendrían que hacer es renunciar a él? ¿Qué sentido tiene el matrimonio sino es más que una concesión a la familia (uno de los pilares del estado burgués y capitalista)? Ya... Bueno, el caso es que estamos hablando del bienestar económico y espiritual de seres humanos de carne y hueso que todavía están vivitos y coleando por aquí. Estos pasos quizás no nos parezcan "pasos" en ninguna buena dirección (en cierto sentido a uno tampoco se lo han parecido hasta hace bien poco y sigue albergando sus dudas respecto a ellos). Nos pueden parecer reformas sin calado: ya estamos de vuelta, nosotros, blancos heterosexuales casados o divorciados y ciudadanos de un estado. Pero ¿hemos de prescindir de ellas en la larga vigilia que lleva cientos de años antecediendo a la Gran Revolución que no acaba nunca de llegar aunque siempre se está anunciando como inminente? ¿Hemos de prescindir de un impuesto sobre el patrimonio contundente (no el que prepara Rubalcaba) sólo porque es una simple reforma cosmética a los ojos del Gran Dios Revolucionario?
Recuerdo, y ya lo he dicho alguna vez, que sigue siendo válida la frase de Antonio Orihuela: "la anarquía (o la revolución o el nuevo sistema productivo o lo que sea) advendrá cuando la gente quiera". Cuando a la gente le de la gana, cuando la mayoría, no una vanguardia, la mayoría absoluta de esta sociedad haga uso de su capacidad de decir "no", acontecerá, tal vez, ese Gran Día, ese Nuevo Amanecer que algunos tanto esperan pero mientras tanto hay mucho sufrimiento y dolor que se podrían - y deberían - mitigar. ¿No vale la pena gastar algunas energías en intentarlo?
Sobre la relació entre art i vida
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