8 de septiembre de 2011

¿Farsa detrás de la integración?


Caso del que acabo de tener noticia de primera mano y que puede servir como metáfora del "lado oscuro" de la integración en el campo educativo. Una vertiente que está ahí, de la que no se habla por la concurrencia de la corrección política y el neoliberalismo y que atendería, en más ocasiones de las que la mayoría bienpensante se piensa, sobre todo a motivos tristemente económicos disfrazados de proyectos morales.

El alumno "X", con índices inequívocos de autismo severo, llega a un Instituto público para "ayudar a su integración". El grado de autismo hace difícil, por no decir imposible, conseguir su "integración": todos los docentes del equipo que se hace cargo del curso coinciden en ello a excepción, como casi siempre, del psicopedagogo de turno. El sentido común no cree en la magia cósmica: transformar en cuatro o seis años de escolaridad - suponiendo que llegue al Bachillerato - a una persona con altos niveles de autismo en una persona "normal" es, todos lo sabemos, lisa y llanamente, imposible. Se decide hablar con los padres y sugerirles que lo vuelvan a llevar a una escuela especial. La madre, única que asiste a la entrevista con el tutor, se niega: habla sobre la no-discriminación, la capacidad de superación, la influencia del entorno... Sólo le falta escudarse en la posibilidad de los "milagros".

Dos días después, llega la noticia de que ha recibido una ayuda (en términos vagos e imprecisos, nadie sabe de dónde ni de quién) y la madre comunica al director que el niño se va a un centro especial donde tendrá la atención que merece y que, claramente, no iba a recibir en un instituto que no atiende como es debido "la diversidad".

¿Detrás de la retórica de la integración en la escuela pública qué hay en realidad? ¿Una loable, aunque pueda ser errónea, voluntad correctora de las desigualdades naturales o un inconfesable cálculo económico que se mide en términos de ahorro para familias y administraciones?