Es innegable que la publicidad y el "mito Rimbaud" generan un "horizonte de expectactivas" (Jauss) que predispone favorablemente a afrontar la lectura de cualquier poema de Félix Francisco Casanova y eso no puede ser obviado. Sin embargo, tampoco puede serlo que sus poemas, al menos los recogidos en la Antología
Cuarenta contra el agua que publicó Demipage, son vibrantes y de una soberbia espontaneidad (con los desequilibrios inherentes a ésta: la alternancia de fragmentos extraordinarios con otros más bien prescindibles).
Con todo, uno tiene la sensación que la impronta que dejan sus poemas también tiene algo que ver con la suerte de juventud petrificada, congelada, que transpiran. Al leerlos es como si la fugacidad de la juventud recién salida de la adolescencia, con sus arrebatos, ambigüedades, intensidades, dolores y placeres extremos e insobornables, se vitrificara y se expusiera a la universalización por su inmovilidad, por su clausura.
Palabras de un poeta joven que no pudo ser más que joven. Palabras que nos retrotraen a una época que recordamos decisiva por su brevedad y voracidad.
Poesía de un verano que uno ha leído este verano. Poesía auténtica, de verdad.
"LAS COSAS QUE DAN PLACER
seguro vienen por el río
y en la cascada se lanzan
como ramos de flores
en una procesión
y yo qué sé, afanarse
en recogerlas como un avaro
tiende su capa ante
las monedas de oro,
es, imagino, un error.
Mejor tomarlas como la lluvia
que moja sin querer,
al igual que el viento se lleva
las hojas de otoño.
alegremente."