1 de septiembre de 2017

Torpeza

Llueve sobre Barcelona. El aguacero de media mañana me obliga a caminar encorvado desde la oficina al metro. Hay que proteger Signos junto al camino, el regalo de los niños por mi aniversario, que sólo fue abierto hace un par de días y todavía parece inmaculado luciendo su blancura, sus lomos firmes y sus tensas páginas ocres. El descoyuntado paraguas deja pasar casi tanta agua como detiene. Al bajar el tramo de escaleras intento cerrarlo pero sus varillas dobladas no se pliegan uniformemente y en el forcejeo el libro abandona la protección de mi desmejorado biceps. Aunque alargo los brazos no consigo retenerlo y cae rodando hasta el vestíbulo donde queda extendido. La mirada suspicaz y escéptica de Ivo Andric en la portada parece contemplarme, entre enojado y atónito, desde el suelo. Se me escapa un buen reguero de maldiciones que acompañan al rubor que progresa por el cuello. Lo recojo, vuelvo atrás para hacer lo propio con el estúpido paraguas mientras un par de señoras miran y sigo con mis imprecaciones en voz alta. ¿Por ver las manchas y las huellas de la humedad en el libro antes impoluto? ¿Por la reprobatoria expresión que le podría atribuir a Andric? ¿O por la evidente torpeza del tiempo transcurrido?

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