Aunque ya no ocupe el eje central de las retóricas pedagógicas dominantes y su lugar haya sido ocupado por conceptos como "felicidad", "integral", "capacidad", "creatividad" o "valores", la "emancipación", o sus versiones más atenuadas ("libertad" o "autonomía"), se ha incorporado al horizonte dibujado por todas ellas, desde las más complacientes con el orden dado de las cosas hasta las más fervorosamente militantes contra él. No hay hoy día una pedagogía que no sea emancipatoria. Y, sin embargo, muy pocas de estas retóricas comprenden un principio fundamental de cualquier propuesta encaminada a fortalecer la autonomía de los sujetos: la necesidad de tomar en cuenta la autoridad; la inevitabilidad de establecer una relación, compleja evidentemente, con ella; la imposibilidad, en fin, de su negación so pena de "vender humo" y ofrecer una falsa libertad sustentada en una quimérica e irreal ausencia de coerción o en la supresión por decreto del ejercicio de la autoridad que distingue desde hace miles de años a la acción humana. Por decirlo a la manera kantiana: de la misma forma que sin ley no hay libertad posible, sin autoridad no es concebible una autonomía real. A este respecto señalaba Adorno:
"La manera en que uno se convierte —psicológicamente hablando— en un ser autónomo, es decir, emancipado, no pasa simplemente por la rebelión contra todo tipo de autoridad. Una serie de investigaciones empíricas como las llevadas a cabo en los Estados Unidos por mi colega, ya fallecida. Else Frenkel-Brunswik, han probado, en realidad, lo contrario, esto es, que son los llamados niños buenos los que de mayores se convierten en personas autónomas y capaces de ofrecer oposición y resistencia antes y más frecuentemente, que los niños refractarios, que de mayores se reúnen inmediatamente en las mesas de los bares con sus maestros y sueltan los mismos discursos. El proceso —caracterizado por Freud como la evolución normal— es el siguiente: los niños se identifican, por lo general, con una figura paterna, con una autoridad, por tanto, la interiorizan, se apropian de ella, y seguidamente experimentan, en un proceso muy doloroso y del que no se sale sin cicatrices, que el padre, la figura paterna, no corresponde al ideal del yo que aprendieron de él, lo que les lleva a separarse de él y a convertirse así, y sólo así, por esta vía, en personas mayores de edad, o lo que es igual, emancipadas. Con ello lo que en realidad digo es que el proceso en virtud del cual se llega a ser una persona emancipada presupone, como momento genético suyo, el momento de la autoridad. Pero esto no debe ser malentendido, ni debe dar pie, en modo alguno, a abusos; no hay que magnificar este estadio ni menos hay que aferrarse a él, porque quien así procede se ve expuesto no sólo a mutilaciones y deformaciones psicológicas, sino a esos fenómenos de inmadurez y falta de autonomía, en el sentido de una idiocia sintética, que hoy nos vemos obligados a constatar en cada esquina" (
Educación para la emancipación, p120-121).
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