24 de junio de 2014

"Otro" viaje a Italia (XIII): el "David"



23 de julio de 2012.

Con hora reservada a las 12:00 podemos permitirnos un paseo por las inmediaciones de la Galleria della Accademia donde nos espera el David de Miguel Ángel y detenernos de nuevo, tras haberla encontrado ayer, en la piazza de Una habitación con vistas.  Como el día anterior, una enorme cola en la angosta calle donde está sita la entrada de la Academia con su correspondiente bullicio. No obstante, justo en la paralela siguiente el ruido da paso a un sorprendente silencio sólo roto por un violín: no pasa ni un solo coche por la también estrecha travesía y apenas algunos algunos transeúntes y el sonido del instrumento inunda la calzada y las aceras. De nuevo el recuerdo de la ideal República parece adueñarse de nuestro ánimo y más cuando después nos sentamos, a la sombra, en la escalinata de la plaza.

Un poco antes de las doce estamos de nuevo en la entrada. Soportamos el gentío y gracias a la adquisición previa de las entradas no pasamos más de diez minutos bajo el sol y entre apretones. Dentro de la Accademia sigue habiendo demasiada gente y en torno al desproporcionado e imponente David casi puede hablarse de una multitud que dificulta una visión calmada de la obra. La posibilidad del diálogo mudo, del mirar y creer ser mirado, del cara a cara con la estatua resulta imposible. Todo lo más se alcanza, durante algunos reflujos de la muchedumbre, a una conversación intermitente, a una interpelación discontinua que, en esos momentos, nos acerca tanto a la posible universalidad de las obras de arte capaces de perdurar gracias al contexto canonizador como a la comunidad que une parcialmente a autor y receptor por encima de la tiranía de la distancia histórica.

El resto de la galería ofrece algunas esculturas y pinturas que a nuestros ojos, que comienzan a estar un poco fatigados de tanto arte, no parecen demasiado interesantes y en las cuales apenas nos detenemos. Con todo, destacan la Maria Maddalena y el San Giovanni Battista de Filippino Lippi por su intempestivo patetismo; la nota de humor, o así lo interpretamos, de la Resurrezione de Del Garbo en el que una losa cae sobre un soldado; y el inesperado A portrait of the artist as a Weeping Narcissus de Olaf Nicolai cuyo contraste en una sala atiborrada de bustos y estatuas clásicas facilita una desautomatización que, por ejemplo, el David de Feldmann no parece lograr debido al entorno en el que está situado.