El viernes, de camino al Hospital donde está ingresada la madre de Esther (últimamente los hospitales se han agregado como una instalación más del paisaje en el que se desarrolla nuestra rutina), a la altura de la antigua Plaza de Calvo Sotelo, ara Francesc Macià, centro neurálgico de la clase alta barcelonesa donde se encuentra el celebradamente pornográfico -por los precios- Sándor, varias docenas de jóvenes envueltos en banderas de España preparaban el ambiente para el inminente partido contra Holanda. Detenido ante el semáforo, uno tuvo unos segundos para observarlos y apercibirse de algo preocupante. Sí, intelectualmente, filosóficamente, las banderas españolas y catalanas son trapos que producen efectos indeseados e indeseables: no hay ninguna diferencia entre ellas. Sin embargo, cuando veo banderas españolas me siento amenazado: es una reacción emocional, primitiva, inmediata. Con las esteladas el miedo tarda en surgir: es mediado, racional y más tenue, moderado. Hay que preguntarse si detrás de esta ambigüedad que se resiste al razonamiento está el pasado de uno, la construcción mediática del conflicto Catalunya-España, un poco de ambos o algún otro factor desconocido. De momento, no es más que una anotación perpleja y desagradable pero importante.
La otra anotación más destacable de estos días ha sido el amago de Duran i Lleida. Hace tiempo que en los mentideros políticos y en los centros administrativos catalanes se da por hecha no sólo la desafección de Unió respecto al proyecto secesionista sino su más que probable deserción. Los radicales no ocultan que lo consideran un
botifler y los medios más adictos al régimen le lanzan continuas andanadas. Asimismo, también lleva una temporada circulando el rumor de que los grandes grupos empresariales críticos con el órdago secesionista preparan una operación política destinada a debilitar su frente: se trataría de realizar una fuerte inyección de dinero en algún partido creado
ad hoc para arrebatar, en las elecciones plebiscitarias que se preveen, media docena de diputados a ERC-CiU y así ralentizar el proceso y evitar el enfrentamiento con el Estado. Las malas lenguas apuestan porque el partido no será otro que Unió y que Duran encabezará ese proyecto.
Uno no acaba de creerse ni semejante rumor ni semejante apuesta. Hoy por hoy en CDC, que no es un partido, como lo es el PNV o el PSOE, sino un movimiento familiar y de clan, nadie levantará la mano contra Mas pese al más que evidente suicidio político de su planteamiento. Como much,o las voces más críticas se consuelan creyendo que ERC acabará acogiéndolos en su seno. Pecan de optimistas: la clientela de ERC no es la misma que la CDC y las prebendas no dan para tanto, como ya se observó durante el triste gobierno del tripartito. Se quedarán fuera. ¿Y Unió? Duran es un político sin escrúpulos pero muy inteligente. Quizás sea el mejor de los políticos clásicos catalanes pero no es, precisamente, conocido por su valor y gallardía. Parece difícil que, en el ambiente actual, se atreva a desmarcarse y encabezar una "tercera vía" claramente. ¿Qué les quedaría a esos empresarios? La extrema derecha de Anglada y poco más. No hay espacio ni tiempo para crear un partido que en pocos meses "robe" esa media docena de diputados. El caso de "Podemos" no es trasladable aquí: entre otras cosas porque los medios están dominados más férreamente que en España.