Intenso y agotador fin de semana en Calatayud para la
Spanish Flag Bowl (entre nosotros, la Copa de España de
Football Flag, variedad del
American Football) que sucede a la llegada de las esperadas invitaciones para una nueva temporada de
Football Fantasy: la tercera. Así pues, días de trabajo, sí, de poesía, también, de escritura, algo, pero sobre todo, de
American Football.
Andy, desde Japón, ya ha puesto en marcha la liga "
Internationals" de
Fantasy. La temporada pasada, uno acabó tercero entre los diez lo cual, teniendo en cuenta la distancia y el retraso en la llegada de la información, no está nada mal. Ya que
Call of Duty parece haber dado de sí todo lo que podía dar, la nueva temporada fantástica tiene la mayor parte de los números para convertirse en el entretenimiento principal del otoño-invierno del año que viene y convertirse en la principal barrera de protección contra la representación teatral de la "Segunda transición" española y el sainete de la secesión de Catalunya que prometen brindarnos grandes momentos en los próximos meses. Unos momentos que seguro que más tarde o más temprano recordaremos en su aspecto teatral con una media sonrisa: quizás cuando ya nos hayan conducido a escenarios dolorosos.
Respecto a Calatayud, pasar de la virtualidad del
football fantasioso a lo real tiene un aspecto agradable para quienes hemos sido educados en la originariedad de lo sensorialmente empírico sobre lo virtual (que también tiene, no obstante, su fundamento sensorial): "partidos reales", la competición viva, el deporte en su estado fáctico, cuerpos, golpes, gritos, dificultades de visión, obstáculos, incomodidades... Pero, como todo, tiene un lado desagradable: los treinta y cinco grados a la sombra, la deshidratación, el cansancio, el ruido, la megafonía y, sobre todo, que "tu equipo", es decir, el equipo en el que en este caso juega tu hijo, pierda. Esta vez, por cierto, la antología de poesía latinoamericana editada por Amargord que está uno leyendo,
País imaginario, no pisó el campo y se quedó en el hotel para no repetir la experiencia de la dolorosa lectura de
Entreguerras. Poesía y deporte siguen sin casar demasiado bien.
Y hablando de deporte. La experiencia de estos días en Calatayud ha reportado algunas reflexiones en las que tal vez, si hay tiempo, algún día, habría que profundizar para constatar, o no, su plausibilidad. Una de ellas, la que más le ha ocupado a uno tiene que ver con la proximidad entre deporte de masas y religión. Si no estoy equivocado, el deporte contemporáneo ha enfatizado sus aspectos más espectaculares acercando la exhibición de las facultades físicas y la competición al opiáceo modelo de la religiosidad. De hecho, en Grecia y sobre todo en Roma (el
Panem et circenses) ya se podría rastrear la inscripción de esta proximidad entre lo deportivo y lo religioso. Mas con los totalitarismos del siglo XX este nudo se habría afianzado tanto que hoy sería difícil encontrar acontecimientos que movilicen más energías de los administrados con vistas a la reproducción de la dinámica de dominación que los del deporte de masas. Pero hay otro nivel en el que se puede rastrear, microfísicamente, como diría Foucault, este vínculo. Por ejemplo, en la sensación psicológica, que predomina entre los sujetos participantes en estos acontecimientos, de pertenencia a una comunidad re-ligada por una simbología, unos rituales, unos códigos y un repertorio lingüístico específico. Esta re-ligación permite que abogados, economistas, operarios de grúa, escritores, camioneros y amas de casa, por citar algunos de los empleos de los padres de los jugadores, releguen sus diferencias de clase e ideológicas, de talante, educación o de hábitos y ordenen su conducta desde aquello que les es común: en este caso, la condición de seguidores de un club de
football. Otro ejemplo: el sobrepujamiento de los juicios racionales por creencias carentes de fundamento racional que abunda en estos contextos. Así, durante las dos jornadas uno ha creído firmemente que los Búfals de Poblenou, el equipo donde juega mi hijo Marc, son los representantes auténticos del
fair play, la elegancia, el juego honesto y sin trampas en el
football flag frente a sus "eternos" rivales (lo son desde esta temporada), los Pioners de L'Hospitalet que personificarían, por contra, la ambición, la conducta utilitarista orientada a ganar a toda costa, el juego marrullero, las tácticas al filo del reglamento, etc. Ha sido así aun cuando un análisis frío puede detectar rápida y fácilmente las grietas en semejante maniqueísmo ramplón. Pero ese análisis se ha producido después: cuando la fe que uno profesaba ha salido victoriosa del desafío, no antes, mientras era puesta a prueba. Es más, si el resultado hubiera sido distinto no cabe dudar de que la solicitación de este dualismo reduccionista no se hubiera producido y estaría uno quejándose amargamente, por supuesto no por escrito, del triunfo del mal sobre el bien. En fin...
Me temo que el análisis meticuloso de los efectos de realidad que se producen en torno, a través y gracias a los espectáculos deportivos de masas, debe seguir siendo una prioridad si se quiere avanzar en cualquier proyecto emancipador: con el próximo mundial de futbol y sus repercusiones en el Estado español tendremos un nuevo laboratorio de observación.
Mientras tanto, Marc, a pesar de que los árbitros no pitaron un espectacular
safety que realizó sobre el
quarterback de los Pioners está pletórico: capitán de la defensa del equipo ganador, como
linebacker no fue superado más que una sola vez por tierra en la final. Está muy contento. Su padre, al parecer, también.