Xavier describe,
con mucho más rigor que la diatriba vitriólica que uno hizo en su momento, la gran contribución del señor Terricabras al pensamiento y la futura cultura política nacional de Catalunya:
la teorización del "masoverisme" como principio regulador del funcionamiento de la administración y de "lo público" en general.
Su análisis es ejemplar y demoledor pero no son los desvaríos del tal Terricabras lo que le da a uno ahora un motivo de reflexión sino el "coraje" que siempre muestra Xavier. Hace años que nos conocemos y le tengo por un buen amigo: una amistad hecha de complicidades, lealtad, mucha lealtad y también de diferencias y reservas pero presidida, ante todo, por la sinceridad. Tiene uno pocos amigos de verdad. No es nada extraño. Como probablemente casi todo el mundo. Entre estos los hay tan honestos e íntegros como él y pienso por ejemplo en Robert Veciana y Flavio Felipe. Pero ninguno hace de lo que uno llamaría el "coraje cívico", el eje del
ethos de su actuación de tal forma y con tal intensidad.
Xavier no guarda silencio ni mira hacia otro lado cuando "las cosas vienen mal dadas". Ni, por lo que uno sabe, en la época de la transición, ni antes, ni actualmente. Supera cualquier forma de cobardía civil sin entregarse por ello a la inconsciencia espontánea. Por ejemplo. Hace poco, en el seno de una institución en la que coincidimos, algunos miembros del sector secesionista más intransigente plantearon, abiertamente, la proscripción del castellano. Incluso varios secesionistas radicales presentes en el acto se quedaron perplejos pues no en vano el "bilingüísmo" casi perfecto de la mayoría de los catalanes ha sido motivo de orgullo para un amplio sector nacionalista y el recuerdo de la proscipción del catalán está todavía muy vivo entre ellos como para caer en la misma tentación fascistizante. Sin embargo, la voz que primero salió en defensa de la tolerancia y llamó a no identificar la prescripción del catalán como lengua preferente con la prohibición del castellano y a resistirse ante una propuesta de esta índole, fue la suya. Demostró, una vez más, un "coraje cívico" insobornable regido por el conocido lema: "la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero".
Al César lo que es del César y a Xavier lo que es de Xavier: es admirable su constante valentía en la defensa de los derechos.
P.S.: Como a uno no le gradan las notas hagiográficas, cabe decir que entre los mayores defectos de este hombre virtuoso está el creer que piensa la realidad mediante conceptos cuando en realidad lo hace, principalmente, a través de historias. Xavier se engaña. Antes que filósofo es un historiador y de esos que tanto criticábamos en nuestros años de marxismo-leninismo: los narradores. Su condición de filósofo es sobrevenida, secundaria. ¡Qué buen historiador se ha perdido por el vicio filosófico!