10 de diciembre de 2011

¿Es razonable esperar un inminente colapso del capitalismo? (y III)


Marx creía que la fase final del capitalismo sería la subsunción de lo real al capital, una época que podría ser entendida, en cierto modo, como la de la mercantilización de lo real. En esa fase parece que nos hallaríamos en la actualidad cuando todo parece ser objeto de compra, venta y consumo. La esperanza de Marx y de algunos de sus seguidores radica en la suposición de que existe algo irreductible al capital, algo que no puede ser tratado como mercancía y que tiene que ver, evidentemente, con el ser humano y su voluntad emancipatoria: con la libertad, en última instancia.

Ahora bien. Precisamente la filosofía contemporánea ha mostrado el déficit de cualquier modelo substancialista: la imposibilidad de encontrar un fundamento puro y no tocado por la temporalidad histórica (en la cual se incluiría la biológica, por supuesto). Al mismo tiempo, también ha mostrado la imposibilidad de saturar los contextos, de cerrar las descripciones exhaustivamente y, consecuentemente, de establecer prognosis que no comporten un altísimo grado de riesgo, de imprevisibilidad. De estas dos aportaciones se seguiría que no habría más fundamento que el históricamente construido en un lenguaje y que esta historicidad y lingüisticidad no podrían ser totalizadas ni formalizadas. Sean cuales fueran las propiedades de lo que es, serían temporales y no serían agotables y clausurables en una estabilidad cerrada, redonda.

No habría libertad como fundamento último pero tampoco podríamos afirmar la viabilidad de una reproducción irrestricta e ilimitada del capitalismo.

¿Nos deja esto en manos de la creencia religiosa? ¿Hemos de renunciar a cualquier esperanza racional y mantener su llama en el ámbito de lo emocional o lo sagrado? Esta parece ser una opción en alza entre muchos ex-relativistas y otra gente de mal vivir. Sin embargo, la esperanza religiosa (que alienta también la utopía) sigue siendo peligrosa: se comienza esperando irracionalmente y, al final, se asesina o, peor, no se pagan los impuestos.

De acuerdo con lo dicho anteriormente parece que hay una opción razonable que suscita menos entusiasmo pero que permitiría abrigar una moderada esperanza: no sería inminente el colapso del capitalismo a escala planetaria pero tampoco tendría una proteica e infinita capacidad de convertirlo todo en materia de intercambio.

Si fuera así sólo cabría perseverar en la lucha por la justicia, la emancipación y la fraternidad humana sin vanas esperanzas pero sin desanimarse.