A propósito de la conveniencia de moderar la esperanza en el próximo y rápido derrumbe del capitalismo que parece correr de nuevo, fantasmagóricamente, por algunos rincones de Europa probablemente haya que preguntarse primero si cabe esperar, racionalmente hablando, no religiosamente, un inminente colapso de este sistema económico a tenor de lo que está pasando en Europa en los últimos meses y, en general, a partir de la crisis que emerge, oficialmente, con la quiebra de Lehmann Brothers.
Y al plantearse la pregunta caben muchos niveles de respuesta posibles, evidentemente, pero uno cree que, al menos, al establecer el dominio de una posible respuesta debe tenerse en cuenta la constatación empírica más o menos consensuable de la situación actual.
En ese caso, cifrar los anhelos del derrumbe del capitalismo en el hundimiento de las economías europeas es, probablemente, una muestra de ingenuidad etnocéntrica. Puede que éstas se desplomen y que una gran Depresión se instale en el continente. Sin embargo, ¿alguien en su sano juicio cree que el resto del mundo en ebullición, las economías emergentes, abandonarán el sistema capitalista ante la perspectiva de ese previsible futuro que, suponemos, tarde o temprano les llegaría?
Siendo razonables: si en Europa el modo de producción capitalista concluyera, en las tres cuartas partes del mundo continuaría y uno duda que cualquier alternativa que una pequeña porción del mundo como la Europa postcapitalista pudiera generar llegara a imponerse. Y aunque así fuera hemos de recordar qué les pasó a revoluciones nacientes como la rusa en 1917, la vietnamita o la nicaragüense.