18 de noviembre de 2011

Perejaume (II)


Sin embargo, conforme avanzaba la lectura del primer libro la fuerza del prejuicio se iba diluyendo: desaparecía del horizonte. En su lugar quedaba la curiosidad y una escritura repetitiva, obsesiva incluso, que luchaba por salvar el hiato entre lenguaje y naturaleza desde la conciencia de semejante fisura insalvable e iba logrando poemas excelentes.

"Una terra translúcida:
una terra que es transparentés,
retroil·luminada, traspassada
per l'aurora. Remetre la terra
a la seva qualitat estel·lífera,
astrecolgada, magmàtica encara
de llum no nada i blau pretès,
parpellejant de cel i fondària,
amb un gall als braços, a la vetlla
del dia, mig-pintora, mig-pintada
amb l'or de l'entrellum.
Roent, la terra, com la ratlla del mar
que sospesa el sol abans de sortir."

Las montañas, la tierra, la agrariedad, los árboles, el cielo, el mar, el texto, la escritura y la obra se enredan en una especie de construcción fractal: iteración, repetición diferente, asociación, vínculo, contaminación, cesura puenteada y vuelta a manifestarse en su insalvable ferocidad. Versos en los que la tierra se cuelga del cielo, las montañas suben hasta él, los árboles son obras, textos y palabras y la propia obra artística, que está construyéndose en el taller, y la poética sobre el papel, se entrelazan con la obra natural. Riqueza de juegos de palabras intraducibles y Heidegger y Derrida, sobre todo Heidegger, festoneando la expresión de la agrariedad (el uso de este concepto en el primer libro uno de los grandes logros que se desvanece en los posteriores).

Los dos primeros libros del volumen (Pagèsiques y Els arbres) resultan, en este sentido, brillantes. Els suros, el tercero, con los desplazamientos entre la corteza del alcornoque y la corteza de la tierra y la superficie del texto, también. Tan sólo en los dos últimos la reiteración y los juegos de palabras dejan de ser hallazgos y se transforman en losas. El trabajo de Perejaume pierde calado e incluso pueden encontrarse motivos para recuperar los prejuicios en toda su plenitud crítica: por ejemplo, las forzadas citas de poetas catalanes, excepto en el caso de Verdaguer, bastantes de ellas cogidas por los pelos, de una manera que más sugiere su uso canónica y publicitariamente correcto que el poéticamente necesario (aunque podría perfectamente no ser así en absoluto).

Por ello, es especialmente duro -después de la brillantez de los dos primeros libros y los logros del tercero- el enredo sobre la autoría del último: unas divagaciones tópicas que uno no puede evitar contemplar como una impostura prescindible que está a punto de dar al traste con la experiencia vivida hasta entonces.