4 de octubre de 2010

4 de octubre de 2010: Crónica intempestiva de un viaje (VII). Del Bode al Pergamon



26 de julio de 2010. Primera parte.

"En la isla de los museos. Nos hemos levantado otra vez temprano, con los ojos hinchados y el cuerpo que empieza a estar embotado para visitar, al menos, el Bode, el Pergamon, y el Neues Museum.

El recorrido por el triángulo (hemos prescindido del Altes -sólo le hemos dado una rápida ojeada a su pórtico y a la columnata de la rotonda interior- y, afortunadamente para nuestras piernas, la Alte Nationalgalerie estaba cerrada) nos ha llevado más de ocho horas de caminatas, audiciones guiadas, observaciones, fotografías apresuradas, comentarios, un par de sandwiches en el parque del Berliner Dom, numerosas joyas artísticas y un par de reprensiones de vigilantes de hondo carácter prusiano que contrastan con la afabilidad habitual de los guardias de seguridad de los museos bávaros.

La primera reconvención tuvo lugar en el Pergamon. Un rubicundo y orondo celador no nos permitió, con un severo grito, sentarnos en el último escalón del altar de Pérgamo al inicio de nuestra visita. Cuando rehacíamos la ruta de vuelta observamos como el mismo individuo contemplaba tranquilamente como un grupo de jóvenes nórdicos ocupaban los dos últimos escalones del altar a lo largo y ancho.

En el Bode tuvo lugar la segunda que adquirió tintes ridículos. Primero nos entretuvieron un buen rato para duplicarnos las entradas trámite necesario para afrontar un supuesto segundo punto de control del museo que nunca hallamos. Una vez cumplimentado el requerimiento, en la segunda sala que visitábamos, la dedicada al Barroco alemán, una guardia bajita pero arrogante exigió a Esther que se pusiera la rebeca que llevaba en el brazo. Entendimos la instrucción o, mejor, la orden cuando la gentil funcionaria, que no hablaba inglés -nosotros tampoco demasiado alemán dicho sea en su descargo-, se la arrancó del brazo y se la puso sobre los hombros a la fuerza. De sus posteriores frases rotundas e intransigentes acabamos deduciendo que podíamos robar alguna valiosa pieza y cobijarla bajo la prenda y que ella estaba allí para evitarlo.

Como el museo resultaba extremadamente frío, tenebroso y de escaso interés para nosotros aprovechamos la mutua perplejidad del incidente para irnos no sin antes proferir algunas expresiones despreciativas para con los prusianos (si es que aun existen). Dejábamos detrás una hora decepcionante de paseos entre cristos barrocos y renacentistas, retablos bizantinos y otras piezas de arte sacro que se borraron rápidamente hasta el punto de que una vez fuera, camino del Neues Museum, sólo recordaba vagamente la habitación diseñada por Tiépolo y una estatua de la escalinata que conducía a la segunda planta, la del General der Kavallerie von Seydlitz, antepasado, supongo, de uno de los defensores de Stalingrado, al mando del LI Cuerpo de Ejército, que tras la capitulación del VI Ejército lideró desde el exilio la única organización militar antinazi: la Liga de Oficiales alemanes.


Pero si el Bode fue una decepción, el Pergamon superó todas nuestras expectativas y dejó una huella que se prolongó durante todo el día y nos rodeó hasta bien entrada la madrugada cuando abrimos, y vaciamos, nuestra primera botella de vino alemán, un espléndido Dornfelder.

El altar de Pérgamo, la puerta de Ishtar y, sobre todo, la puerta del mercado de Mileto son más que monumentos y fragmentos de historia: son tiempo humano impreso en piedra, texto de un mundo, de un espacio y un tiempo, cuya conservación levanta una pasarela entre nuestros espacios y tiempos contemporáneos, los ya pasados y los venideros para las generaciones futuras si sigue habiéndolas.

Con todo, este diamantino logro que enlaza generaciones de seres humanos y puede hacer posible que la idea de una comunidad universal sea algo más que una fantasía filosófica o una ruina, un vestigio del pasado, tiene -como todo, ese double bind del que hablaba Derrida- su envés.

En el panel informativo de la sala del Altar, el Museo nos informa que fue merced a los "contratos" suscritos entre el Gobierno turco y el Museo de Berlin que se realizó el traslado completo desde la costa jónica hasta la capital alemana y se nos informa de que el estado del monumento era lamentable -aunque no fuera ésta la palabra utilizada. No le cabe duda a uno de que, por la tradición museística europea y la dotación de sus instituciones de conservación, el altar de Pergamo estaba mejor en la primera mitad del siglo XX en Berlin que en su ubicación natural. Seguramente, si los alemanes no hubieran transportado todas las piezas que encontraron y las hubieran reconstruido pacientemente sirviéndose de sus abundantes recursos económicos y técnicos, el puente del que hablaba, ese texto de piedra, presumiblemente no hubiera llegado hasta nosotros ni podría enlazar con nuestros hijos. No obstante, acostumbrado a los eufemismos que gobierno del mundo pedagógico, y conscientes de la política colonial de la Europa Occidental, hablar de "contratos" entre el gobierno turco y el Museo de Berlin a finales del siglo XIX no deja de producir una carcajada. Me temo más bien que se trató, lisa y llanamente, de un expolio entre otros, como los que podemos hallar en el British Museum. Seguramente, los "contratos" fueron firmados bajo presiones diplomáticas o de otra clase con la ayuda de prebendas y sobornos varios a funcionarios y gobernantes turcos. Este hecho no afecta en absoluto al efecto que puede provocar el Altar, ni invalida el trasfondo de universalidad que supura, ni tampoco altera la evidencia de que gracias al Pergamonmuseum podemos gozar de la magnífica estructura pero la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero.

A este respecto, compruebo en casa que la Wikipedia resume el proceso que acabó con el Altar en Berlin con las siguientes palabras:

"Es el ingeniero alemán Carl Humann, amante de la arqueología, quien envía a Berlín en 1871 tres fragmentos de lo que definió como una "lucha". Las piezas pasarán desapercibidas durante cinco años en el "Altes Museum" (museo antiguo). No será hasta 1877 que el arqueólogo Alexander Conze centra su interés en los fragmentos y pide a Humann que inicie la excavación. El respaldo político y económico es total. Bismark quiere hacerse con una obra de referencia que legitimase su recién inaugurado imperio, las leyes en Grecia son muy estrictas en lo referente a la exportación de antigüedades, siendo más apropiado Turquía para las intenciones de Bismark. Las negociaciones tienen lugar en 1878-1879 quedando estipulado que los hallazgos pertenecientes al altar serán trasladados a Berlín, que compensará con 20.000 marcos al Imperio Otomano (Turquía).

La búsqueda del altar se centrará en el muro bizantino de la ciudad al sur de la acrópolis. Los elementos del altar habían sido utilizados para la construcción de la muralla, de tal forma que el relieve quedaba hacia el interior. En 1880 ya se habían desenterrado 97 láminas. Las prospecciones en la acrópolis pusieron al descubierto la base del altar. El traslado a Berlín se inicia ya en 1879. El Museo de Pérgamo es inaugurado en 1930."

Por otra parte, estos días leo El daño oculto de James Stern, una crónica del escritor irlandés sobre la Alemania de posguerra y encuentro que la tópica oposición entre bávaros y prusianos que relacioné con nuestras incomodidades en el Bode y el Pergamon se vivía en Baviera en 1945, una vez acabada la guerra, con singular encono. Algún fundamento, limitado por supuesto, parece tener esta oposición que experimenté como de caracteres entre los celadores alemanes del norte y los del sur. Relata Stern la descripción de la futura Alemania que acordaron los conspiradores del 20 de julio en boca de uno de los implicados en la trama antihitleriana, el fürst Fugger y que ilustra esta rivalidad:

"Entonces discutimos el nuevo programa político, en el caso de que el putsch saliera triunfante. Todos coincidimos en que la reconstrucción de Alemania en su forma centralizada actual estaba fuera de toda consideración, especialmente con la fuerte hostilidad antiprusiana, e incluso anti Reich, que existía en Baviera. En lugar de ello, la nueva Alemania debería construirse sobre una base federal, con una independencia de largo alcance para las diferentes regiones. A Prusia, desde luego, no se le podría permitir que continuara con sus actuales fronteras y población, tendría que ser dividida" (p265-266).