29 de octubre de 2010

29 de octubre de 2010: mi amigo Rais, Berkeley, Husserl y el sentido común (y III)


Así pues, y perdona Rais por la precipitación porque estas argumentaciones deberían ser mucho más cuidadas, pacientes y meticulosas, uno se limita a afirmar que puede no ser descabellado romper el vínculo entre lo ontológico y lo fáctico y que el horizonte, de momento insuperable, de la mediación lingüística no implica, necesariamente, ni una ontología débil ni un cierto relativismo epistemológico. ¿Que parecen ser razonables? Pues sí, pero eso es lo que nos dictan tanto el sentido común en este momento de la Historia de la Filosofía, como el sentido común en su sentido más genérico y aquí llegamos al meollo que proponía separar. Es desde la pura facticidad de las modestas "verdades de hecho", del escueto sentido común (siempre histórico y heredero de una tradición) de donde podemos proveer este criterio que sustentaría ambas elecciones.

Desde ese sentido común que acumula argumentos, corroboraciones, textos y una historicidad, puede afirmarse que hay una realidad exterior de algún tipo que, en algunas magnitudes, pueda ser tal vez lejanamente parecida a la que nuestros cerebros lingüísticos construyen y que es tan moderadamente cognoscible que, de acuerdo con las presuposiciones que la ciencia y la técnica utilizan, nos pueden permitir afirmar que sé, por ejemplo, que este post va a llegar hasta tu aparato sensorial y lo podrás replicar.

Si aceptamos la pertinencia de no dotar de más base a lo fáctico que la propia facticidad perdemos la universalidad en su rotundidad pero también el relativismo radical. Perdemos la ontología fuerte pero también el delirio de una imposible heterología (logos acerca de lo radicalmente otro) ¿Nos quedamos en tierra de nadie o en una especie de mesotés aristotélico? Bien, no es tan grave ¿Nos quedamos suspendidos en un fundamento abisal, pues no otra cosa es la temporalidad? Pues mejor que mejor ¿no es eso lo que afirmaba Heidegger? Y, con todo, desde el mimso momento en que conceptualizamos este desgarramiento estamos acatando, al tiempo, las exigencias metafísicas y las fácticas, el concepto y la metáfora, la identidad y la diferencia, y sus mixturas.

Ciñéndonos a la facticidad y desligándonos de la ontología trascendental quizás flanquearíamos la metafísica de la presencia y la aporética relativista al mismo tiempo. El problema -que da su propia solución- es que hemos de acudir entonces a un nivel diferente del ontológico-trascendental, mucho más ligero, trivial, modesto, ceñido a las "verdades de hecho" de las que hablaba Hume, sin tanta hermosa retórica, árido, débil metafóricamente, hasta simple a veces, que profese una universalidad de hecho que no de derecho y eso para un filósofo, profesional o no, es especialmente difícil.