El 18 de agosto, día de mi cumpleaños, Brett Favre, el
quarterback retirado unos meses antes, y a cuya jubilación
dediqué un poema tras leer el que un fan envió a una emisora de televisión local de Milwaukee, firmó un contrato de dos años con los Minnesota Vikings por un montante de 25 millones de dólares y volvió a la actividad deportiva. Tras tantas portadas sobre el "fin de una época", la época se reanudaba por un enorme puñado de dólares. Coincidencia y justicia poética.
Poco que decir de la coincidencia. Pero sí justicia poética del "a destiempo", de lo intempestivo. Justicia contra la precipitación. Justicia que suscita la convicción del ridículo. Justicia poética respecto a las formas y los temas lanzados al vertedero de la historia por el apresuramiento de las "poéticas-anuncio" de las que a veces participamos irreflexivamente.
He aquí uno de los riesgos de querer borrar de un plumazo la tradición y proclamar una ruptura
à la Foucault, una escansión irreductible, un hiato, una cesura: el corte axial protagonizado por una vanguardia tanto más ingenua cuanto má convencida de serlo.
También en la tradición personajes menores protagonizaban tramas poéticas. "Épicos" que luego se van empequeñeciendo con el paso del tiempo como el Stalin de Neruda ("Junto a Lenin/Stalin avanza/Y así, con blusa blanca/Con gorra gris de obrero/Stalin,/Con su paso tranquilo/Entró en la Historia acompañado de Lenin y el viento") u otras más mundanas, menos trascendentales para la Historia pero de fama en su momento, como el duque de Osuna en Quevedo ("Faltar pudo su Patria al grande Osuna/Pero no a su defensa sus hazañas/Diéronle Muerte y Cárcel las Españas/De quien él hizo esclava la Fortuna").
Algunas veces los protagonistas han sido iconos de escasa magnitud, como el portero del Orihuela de la "Elegía al guardameta" de Miguel Hernández ("Tu grillo, por tus labios promotores,/de plata compostura,/árbitro, domador de jugadores, director de bravura,/¿no silbará la muerte por ventura?//En el alpiste verde de sosiego,/de tiza galonado,/para siempre quedó fuera del juego/sampedro, el apostado en su puerta de cáñamo añudado.//Goles para enredar en sí, derrotas,/¿no la mundial moscarda?/que zumba por la punta de las botas,/ante su red aguarda/la portería aún, araña parda..."), o la celebrada casi únicamente por Cirlot, Rosemary Forsyth, alias Bronwyn ("Regreso a tu Brabante/imaginariamente./Porque aquel año mil ya se perdió/entre las espirales oceánicas/y sería un error/buscarte por las calles de Lovaina/o de un pueblo en la costa/frente a unos frisios rubios que no existen...").
En estos cuatro casos, Bronwyn y el guardameta de Hernández pueden ser leídos como actores menores y Stalin y el Duque de Osuna como actores esperpénticos. Sin embargo, aunque los cuatro puedan provocar la sonrisa condescendiente ante la bufonada, tengo la impresión de que, aparte de la no canonicidad del autor o su falta de capital simbólico, no pueden trocar el poema en un artefacto demasiado perecedero, demasiado sometido a los vaivenes de la fortuna que lo muta en exiguo y lo liquida por grotesco como sí acontece con el personaje "Favre".
Quizá es que los héroes mediáticos (especialmente los "post") sean más lábiles y volátiles. No por sí mismos, por su supuesta naturaleza (no se ve porqué Favre sea más "temporal" que el portero del Orihuela), sino por su inclusión en la compleja constelación capitalista de tiempo-espacio-información-dinero que, proteicamente, cambia constantemente para asegurar la posibilidad de reproducción de la mercancía. El portero del Orihuela estaba también integrado en esta constelación pero su complejidad era mínima: vivía en una época en que el mundo de la vida no estaba saturado por el mercado.
Utilizar a "Favre" como referente es arriesgarse a que la caducidad del texto se acentúe porque su movilidad, su flujo icónico contextual condicionado por la mercancía, lo desactualiza antes mismo de que pueda ejercer su papel en el constructo poético.
Seguramente por ello, servirse de post-iconos desgajados de la tradición, y proclamarlos como una alternativa que permita romper con el peso de una tradición vista como anquilosada y castradora, tal vez sea pueril. O puede que la puerilidad se reduzca a algo tan elemental como la afirmación aristotélica de que lo más digno de crédito es aquello más antiguo pues es incorruptible (
Retórica, 1376a).