"Permítanme explicarme. Si uno está verdaderamente convencido de que
existe una solución para todos los problemas humanos, de que uno es
capaz de concebir una sociedad ideal a la cual el hombre puede acceder
si tan solo hace lo necesario para alcanzarla, entonces mis seguidores y
yo debemos de creer que ningún precio es demasiado alto para abrir las
puertas de semejante paraíso. Una vez que se expongan las verdades
esenciales, solo los estúpidos y los malevolentes ofrecerán resistencia.
Quienes se oponen deben ser persuadidos; si no es posible, es necesario
aprobar leyes para contenerlos. Si eso tampoco funciona, se ejerce la
coacción, tendrá que emplearse la violencia de forma inevitable. De ser
necesario, el terror, la carnicería. Lenin creía esto después de leer
El capital.
Una y otra vez profesó que si era posible crear una sociedad justa,
pacífica, feliz, libre y virtuosa a través de los métodos que él
defendía, el fin justificaba los medios a emplearse; literalmente,
cualquier medio.
La convicción fundamental que subyace a esto es
que las preguntas centrales de la vida humana, individual o social,
tienen una respuesta verdadera que puede descubrirse; que esta puede y
debe implementarse y que quienes la han encontrado son líderes cuya
palabra es ley. La idea de que a todas las preguntas genuinas
corresponde solo una respuesta verdadera es una noción filosófica muy
antigua. Sin importar cuánto pudieran diferir acerca de cuál era la
respuesta o de cómo descubrirla (sangrientas guerras se libraron por
ello), los grandes filósofos atenienses, judíos y cristianos, los
pensadores del Renacimiento y de la Francia de Luis XVI, los radicales
franceses reformistas del siglo
XVIII, los revolucionarios del
xix
estaban convencidos de que la conocían y de que los únicos obstáculos
para llevarla a cabo eran el vicio y la estupidez humanos.
Esta es
la idea que mencioné. Quiero decirles que es falsa. No solo porque las
soluciones que ofrecen las distintas escuelas de pensamiento social
difieren, y ninguna de ellas puede demostrarse a través de métodos
racionales, sino por una razón más profunda. Los valores fundamentales
por los que se ha regido la mayoría de los hombres –en muchas tierras
magníficas y en muchos tiempos magníficos–, casi aunque no del todo
universales, no son siempre armónicos entre sí. Algunos lo son, otros
no. El hombre siempre ha añorado libertad, seguridad, igualdad,
felicidad, justicia, conocimiento, etcétera. Pero la libertad absoluta
no es compatible con la igualdad absoluta: si el hombre fuera libre en
su totalidad, los lobos estarían en libertad de comerse a las ovejas. La
igualdad perfecta significa que las libertades humanas deben ser
restringidas para que a los más diestros y a los más dotados no se les
permita avanzar más allá de quienes inevitablemente perderían si hubiese
competencia. La seguridad, y en efecto las libertades, no pueden
preservarse si se permite trastocarlas. En realidad, no todos los seres
humanos buscan paz o seguridad. De no ser así no existirían quienes
buscan gloria en la batalla o peligro en el deporte" ("Mensaje al siglo XXI", en
Letras libres).
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