Y es que el papel de los Consejos Judíos fue, en cierto modo, indispensable: aseguraron el censado de los judíos de las poblaciones, actuaron de correa de transmisión de la administración nazi, ayuudaron al mantenimiento del orden público mediante la policía judía de los
ghettos, tranquilizaron a la población y evitaron los desórdenes y los posibles conatos de insurrección (excepto en Varsovia) y colaboraron en la selección pautada de los que debían ser aniquilados en función de la capacidad normativa, y ejecutora, nazi. Como señaló, de nuevo, Arendt: "Sin la ayuda de los judíos en las tareas administrativas y policiales - las últimas cacerías en Berlín fueron obra, tal como he dicho, exclusivamente de la policía judía -se hubiera producido un caos total o, para evitarlo, hubiese sido preciso emplear fuerzas alemanas, lo cual hubiera mermado gravemente los recursos humanos de la nació" (
Eichmann en Jerusalén, p170).
Probablemente la mayor parte de los dirigentes de estos organismos se movieron en el espectro delineado en sus extremos por las figuras de
Chaïm Rumkowski, presidente del Consejo Judío de Lodz y
Adam Czerniaków primer líder del ghetto de Varsovia. El primero es el más claro ejemplo de una actitud colaboracionista. Gobernó el ghetto como un sátrapa hasta el punto de imprimir una moneda propia e incluso selllos con su efigie, se valió de su cargo para promocionar a sus familiares y, al parecer, también para abusar de jóvenes judías y, sobre todo, cumplió fielmente las instrucciones de las autoridades nacionalsocialistas. Su conducta a este respecto se amparó en el principio del "cálculo", que sirvió de coartada a otros muchos responsables judíos, y del que quedó expresa constancia en el discurso con el que trató de convencer a sus súbditos de la conveniencia de acceder a la deportación de los niños menores de diez años, conocido como "Dadme a vuestros hijos":
"Ayer por la tarde me dieron órdenes para que enviara más de 20.000
judíos fuera del gueto, y si no lo hacía: “¡Lo haremos nosotros
mismos!”. Ahora la pregunta era, “¿Deberíamos asumir nosotros la
responsabilidad, lo hacemos nosotros mismos o dejamos que otros lo
hagan?” Nosotros, mis asociados más cercanos y yo, no pensamos en
“¿Cuántos morirán?” sino en “¿A cuántos podemos salvar?” y llegamos a la
conclusión de que por muy difícil que fuera para nosotros, debíamos
ejecutar esta orden con nuestras propias manos.
Debo llevar a cabo esta difícil y sangrienta operación, debo cortar
los órganos para salvar al propio cuerpo. Tengo que llevarme a los niños
porque si no, se llevarán también a otros, Dios nos perdone.
No tengo la intención de consolaros hoy. Tampoco deseo calmaros.
Debo dejar desnuda vuestra angustia y vuestro dolor. ¡Llego a vosotros
como un bandido, para robaros lo que más preciáis en vuestro corazón! He
intentado por todos los medios que la orden fuera revocada. Intenté,
aun sabiendo que sería imposible, suavizarla. Ayer mismo, encargué una
lista de niños de 9 y 10 años. Quería al menos salvar a este grupo de
edad: los de 9 y 10. Pero no me dieron esta concesión. Solo tuve éxito
en una cosa: en salvar a los de 10 años para arriba. Dejad que este sea
un consuelo a nuestra profunda tristeza."
Czerniakow, en cambio, tras recibir la orden de preparar un contingente para la primera deportación desde Varsovia, se negó a colaborar (la detención debía realizarla la Policía Judía a sus órdenes) y se suicidó. En la nota que dejó a su mujer decía algo así como "Mi acto demostrará a todos qué es lo que se debe hacer".
Entre estos dos polos quedaría un difuso pero tenebroso espacio en el que se podría encuadrar a la mayoría de los líderes de los Consejos Judíos: desde los más cercanos a la obediencia y la colaboración hasta los más renuentes y resistentes pasando por una mayoría que intentaron hallar todo tipo de "salidas" para una situación demencial e insoportable. En cualquier caso, los motivos que esgrimieron tanto los pocos que sobrevivieron como los que también fueron asesinados, y que asimismo la crítica histórica les ha atribuído a modo de explicación, podrían clasificarse - con sus debidas variantes - bajo tres grandes epígrafes: aquellos que obraron bajo una coacción insuperable, los que condujeron su actuación de acuerdo con el principio del "cálculo" y, finalmente, aquellos que alegaron su desconocimiento de lo que estaba sucediendo realmente, en especial durante el periodo 1941-1942.
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