11 de octubre de 2015

La "teatrocracia"


Frente al paradigma apocalíptico que únicamente ve señales de decadencia y descomposición por doquier y olvida que la "crisis" podría ser un proceso inherente a la percepción subjetiva de los déficits de cualquier organización social, al menos en Occidente, se debería insistir, sin sombra de aquiescencia "integrada", en las repeticiones, iteraciones o continuidades que reducirían el impacto milenarista del momento de ruptura y desmoronamiento. Así, cuando se escucha a aquellos que añoran la supuesta "edad de oro" burguesa de la opinión sabia, el buen gusto y el criterio autorizado, que ya Habermas describió como un "ideal regulativo" sin realización empírica en Historia y crítica de la opinión pública, y se lamentan de su degradación, de su reemplazo por el griterío, el auge de lo chabacano y la volatilidad evaluadora de tertulianos y opinadores que anuncia, además, la disolución de la propia sociedad, no estaría de más recordar que ya en la antigua Atenas Platón describía una situación similar cuando hablaba de la "teatrocracia":

"Ignorantes de la justicia y la legalidad de la Musa, en extásis y presas del placer más de lo debido, mezclaron trenos con himnos, peaenes con ditirambos e imitaron las canciones para flautas con las que eran para cítara, uniendo todo con todo porque sin querer, por necedad musical, pretendieron falsamente que la música no tiene ningún tipo de corrección, sino que la forma más correcta de juzgar es el placer del que la goza, sea éste alguien mejor o peor. Al hacer composiciones de ese jaez y proclamar al mismo tiempo teorías por el estilo, instauraron en la plebe la ilegalidad respecto de la música y la osadía de creerse capaces de juzgar. De donde los teatros de silenciosos se volvieron clamorosos, como si conocieran lo bello y lo que no lo es en las artes y una teatrocracia malvada suplantó en la música a la aristocracia. En efecto, si hubiera surgido una democracia de hombres libres sólo en la música, lo sucedido no habría sido en absoluto terrible, pero, entre nosotros, el que todos se creyeran expertos en todo y la ilegalidad comenzaron en realidad a partir de la música y siguió la libertad, pues perdieron el temor, como si supieran, y la carencia de temor engendró la desvergüenza. Pues el no temer por osadía la opinión del mejor es prácticamente la desvergüenza malvada, producida por una cierta libertad demasiado osada" (Leyes, trad. de Francisco Lisi, 700d - 701b).