Ayer, un maratoniano coloquio organizado por el Instituto Goethe, la Universitat Autònoma de Barcelona y la Editorial Herder en torno a los Cuadernos Negros de Heidegger. Publicados en tres tomos en 2014 en el marco de la edición de sus Obras Completas por Peter Trawny, aunque están previstos nueve volúmenes que recogerán íntegramente estas "Reflexiones" - como las llamó y que ocupan el periodo comprendido entre 1931 y 1941 con más del mil quinientas entradas -, los catorce primeros cuadernos publicados han bastado para desencadenar una nueva "polémica Heidegger" en algunos medios académicos y hasta periodísticos en torno a un asunto que, algunos, creíamos firmemente establecido: el compromiso nazi del filósofo alemán.
El coloquio constaba de tres charlas. Había poco público y dominaban los postgraduados masculinos de Filosofía con sus cabellos poco cuidados, jerseys raídos y de colores apagados y calzado "difícil" e "inexplicable". La primera conferencia corrió a cargo de Richard Polt, un especialista norteamericano de la Universidad de Xavier nacido en Madrid que, en un castellano excelente, expuso de esa manera amena, prudente y clara que los académicos norteamericanos que no padecen la borrachera deconstruccionista acostumbran a utilizar en sus papers, su análisis de la relevancia de los Schwarze Hefte en el eco-sistema del pensamiento heideggeriano. Polt mostró que su distancia con el nazismo finalmente instaurado no se puede considerar una crítica profunda y que las referencias antisemitas contenidas en ellos (una decena de pasajes y en total veintisiete menciones) sin constiuir el eje de su pensamiento en torno a los años treinta tampoco pueden ser desgajadas de él quirúrgicamente como si se tratara de meros abscesos puntuales.
Tras unas pocas preguntas, entre ellas una del que escribe que se sintió "obligado" a romper el habitual silencio embarazoso que sigue a la falta de iniciativa de los oyentes inquiriendo acerca de su opinión sobre la proximidad entre el antisemitismo simbólico de Heidegger y el de otros nazis activamente implicados en el exterminio como Ohlendorf o incluso Eichmann, y una pausa, le tocó el turno a Adriano Fabris de la Universidad de Pisa que, dicho sea de paso, se parece mucho al capitán Picard del Enterprise. Fabris realizó una sugestiva crítica a la carencia de dimensión ética del pensamiento heideggeriano y a la proximidad entre algunos elementos de la arquitectura de Ser y Tiempo y el famoso discurso filonazi que pronunció como rector de la Universidad de Friburgo: "La autoafirmación de la Universidad alemana". La similitud estructural le sirvió para argumentar que no existe una ruptura entre el "primer" Heidegger y el Heidegger al servicio de la ideología nacionalsocialista. Uno tuvo la impresión de que su capacidad persuasiva quedaba oscurecida por su erudición: su argumentación fue impecable pero, frente a la claridad de Polt, Fabri perdió energía a causa de este hábito propio de los profesores de Filosofía profesionales continentales de recurrir a la acumulación de justificaciones técnicas para sustentar sus hipótesis.
Finalmente, Peter Trawny construyó una eficaz y brillante narración que no dejó mucho espacio, por su contundencia, a la tibieza a la hora de juzgar la militancia nacionalsocialista de Heidegger y el papel del nacionalsocialismo en su pensamiento. Los fragmentos de los Cuadernos en los que se refiere al "judaísmo internacional" - frente al que Alemania vierte su mejor sangre (un motivo muy hitleriano) - o en los que describe la Guerra Mundial como una "guerra planetaria" en la que tendrá lugar el enfrentamiento entre el "judío" y el "judío esencial" no son anecdóticos: juegan un papel primordial en la comprensión de la Historia del Ser que recorre su pensamiento en estos años. Su silencio ante el exterminio de los judíos europeos y las "desafortunadas" expresiones en las que se refirió oblicuamente a él tras la derrota alemana no son simples "errores": son solidarios de su antisemitismo y éste no es un mero tópico irrelevante.
De vuelta a casa uno se reafirmó en una convicción que debe a la inestimable labor del investigador chileno Victor Farías y su Heidegger y el nazismo (1987) que tantos ataques e improperios recibió en su momento al mostrar, razonablemente, el estrecho vínculo que unía a Heidegger al nazismo: fue un ferviente nazi que además pagó su cuota al NSDAP hasta abril de 1945.
Gracias a Víctor Farías por su osadía aunque alguna de sus interpretaciones fuera difícil de compartir:
" En lugar de discutir mi tesis central y de ver en ella la explicación fundamental para entender primero la adhesión de Heidegger al nazifascismo y luego su curiosa relación con él hasta su muerte, algunos críticos han querido establecer, como un dogma, la separación entre una «persona» miserable y una «filosofía» grande, intocada e intocable.
La defensa de esa «grandeza» ha delineado vanas y multicolores estrategias. La más primitiva —la de los guardianes del Grial— ha optado por negar los hechos y atribuir mi trabajo al simple deseo de hacer daño v causar escándalo (F. Fédier) o crear «objetos sensacionalistas» (K. Nolte). A esta opción ha contestado brillantemente R. Rossanda. Otra estrategia estableció que «ya se sabía todo», pero urgió, paradójica y precisamente sólo ahora, a pensarlo «todo de nuevo», llamando vaga y frívolamente a los hechos «abismos fascinantes» sin proponer nada más concreto que variantes en la «lectura» (Derrida). Ante la masa de evidencias, otros intentos encubridores optaron por disociar «la persona» del filósofo, de su «obra» (G. Vattimo). Ello, por cierto, sin reparar ni por un instante en que la actividad política de Heidegger por mí tematizada estuvo siempre según su inopia versión— fundada en momentos esenciales de su filosofía, que su praxis política durante el Tercer Reich fue articulada por Heidegger mismo en los textos filosóficopolíticos que mi libro analiza. Común a todas las estrategias es, por lo demás, desconocer que, después de 1945 y hasta SU muerte, Martin Heidegger cimentó su relación con el nazifascismo, con el «destino de Occidente» y con los alemanes, entendidos como «el corazón de los pueblos», sin abandonar un ápice el fundamento ideológico genéricamente nazi que lo llevó a sumarse al movimiento, a querer incluso dirigirlo espiritualmente, a censurar con dureza el desviacionismo posterior a 1934 y a pasar por alto, y para siempre, sus monstruosidades. En efecto: convertido, tras 1945, el «Ser» en «acontecimiento» (Ereignis), entendido el lenguaje como «la casa del Ser», el lugar en el que el ser humano deviene propiamente tal, la afirmación suya de que únicamente el lenguaje de los alemanes puede rescatar y salvar el «Ser» sólo puede ser comprendida como una radical discriminación en el mayor nivel, en el nivel decisivo en que la historia fáctica deviene ontológica. Puesto frente al peligro que trae consigo la «expansión planetaria de la técnica», Heidegger afirma en su texto póstumo que sólo el nazismo (el verdadero, el del inicio y sólo él) estuvo en el camino de enfrentar el problema esencial del hombre moderno. Es en este mismo texto donde Heidegger reafirma su desprecio por la democracia y por los sistemas que la practican. En cambio, no escuchamos ni una palabra de censura sobre el Holocausto, ni tampoco sobre un eventual interés de los periodistas por saber la opinión de Heidegger a propósito de los crímenes nazis. Si hay algo que Heidegger reprocha a los alemanes, no es el exterminio y la guerra, sino el no haber filosofado con profundidad." (Trad. de Enrique Lynch, p5-6).
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