La realidad espectacular es, también pero no sólo, la llamada “realidad virtual”, esa realidad que se sustrae a la división entre facticidad e idealidad, entre cosa y palabra, entre hecho y pensamiento y que juega en un terreno incómodo para la realidad natural y la histórico-cultural porque no es, menos aun que las otras dos, un campo de presencias y ausencias nítidas.
Debord piensa que el espectáculo suprime “la historia mediante la cultura” (p158) pues cosifica el tiempo en un presente del que ha desaparecido la temporalidad mediante pseudoacontecimientos, construcciones imaginarias: “La realidad del tiempo ha sido sustituida por la publicidad del tiempo” (p137). Con todo, este efecto no es el único: el espectáculo también configura temporalidades, historias, narrativas individuales y colectivas, nacionales, religiosas, hasta científicas y filosóficas; cuenta epopeyas y épicas y anticipa utopías y paraísos.
No cancela el pasado para que el reino de la asistencia continua de lo presente
en el presente impere dictatorialmente: sería demasiado simple y fácil de desenmascarar con los instrumentos que nos legó Marx. Su maraña es difícil de desenredar: construye pasados y futuros de acuerdo con la obsesión por la permanencia de los estados de cosas presentes porque debe garantizar no sólo su producción sino su reproducción.
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Observaciones anteriores)