No ceder al embrujo de las cumbres nevadas, a la ilusión de la transparencia del ser que se hace patente en su propia nitidez emancipada de la coerción del texto de la tradición, de la prosa del mundo, mostrándose, como mucho, en la palabra poética originaria y nunca por completo, es difícil cuando uno se refugia en ellas para huir de la violenta y embrumada facticidad con sus acontecimientos equívocos, sus mallas inextricables de afectos y frustraciones, sus citas, envíos y ambigüedades.
No ceder al fetiche montañoso de las cosas adecuadas a su esencia en la proximidad de la nada, en la lejanía de la historia humana, es arduo cuando al mirar el horizonte no descubres tensión alguna entre cielo y acero sino el despositarse del cielo sobre las montañas y su mutua acogida: la caída de la montaña en los cielos.
Quizás por eso
Bajo la lluvia sea un libro incómodo.