Así pues, tomando como metáfora y metonimia el "caso Heidegger", puede aceptarse, al menos provisionalmente, que hay alguna relación, no automática ni transparente claro está, entre texto y vida, entre palabra y acción. Y claro, es entonces cuando la crítica de Félix Romeo cobra más fuerza hasta el punto de socavar la fundamentación de un determinado discurso. Cioran o era un farsante, o un impostor, o pura y simplemente un cretino autor de supercherías al estilo del gran Erich von Däniken.
En una entrevista realizada por Amparo Osorio y Gonzalo Márquez Cristo decía a propósito del suicidio y de la inconsistencia entre sus proclamas apologéticas y la circunstancia, accesoria por supuesto, de que él siguiera vivito y coleando :
"—Usted dijo alguna vez que sólo se suicidan los optimistas...
—Lo dije ante mi imposibilidad de superar la dialéctica que es la forma más elemental del pensamiento, la infancia de la reflexión. De esta manera, si nada valoramos de la vida, ¿qué podríamos valorar de la muerte?"
Y de semejante perogrullada infería que no valía la pena suicidarse. El problema es que, al no hacerlo, efectivamente le estaba concediendo un valor a la vida. Pues si tanto daba también tanto daba suicidarse, ergo también podría haberse suicidado, o no... ¿Dónde podría encontrar entonces apoyo la inconsistencia de Cioran? Pues en el recurso final: la ironía.
En la misma entrevista, concluía:
"Y se despedía:
—Me hace feliz el haberlos hostigado con mis textos y colaborar con esa irredimible aventura que lideran. Les deseo el mejor de los fracasos —dijo al despedirse mientras regresábamos de comprar el pan; ondeó su mano en el viento y en un grito que todavía atraviesa nuestra memoria nos dejó sus últimas palabras—: Chers amis, ¡adiós... y mucha ironía!"Aquí radicaría la fundamentación final de la retórica nihilista y la vivencia burguesa, de su compatibilidad, de su admiración hacia Hitler y su observación de que de una cultura que había producido a Hitler nada podía esperarse, y de todas esas puerilidades de las que Félix Romeo se hacía eco, de esa falta de límites de su impostura que la trocaban en postura: eran el resultado de la ironía (que, ahora sí, pondría el limite) y como tal hay que tomárselas.
Y en este punto es donde la decisión se bifurca. Yo, por ejemplo, no he conseguido percibir nunca ironía alguna en los textos de Cioran y en general, la recepción de los libros de Cioran se ha hecho desde una perspectiva concreta: se han considerado como escritos con una determinada voluntad "liberadora" y "aniquiladora", escritos que contenían una cierta "pretensión de verdad" aunque tal vez también comprendieran una gran dosis de ironía que no se ha sabido captar (y es que es lo que tiene la ironía, que parece que nadie la capta nunca salvo el que cree utilizarla). Si eso ha sido así es que su impostura no ha sido limitada suficientemente (o quizás nada porque nunca estuvo) por la ironía.
En cualquier caso, pensador o simple ironista, no debería haber sido ajeno a la dimensión performativa del discurso. El discurso no sólo muestra o afirma, sino que también incita a hacer, provoca conductas (J. L. Austin). Si hubiera sido un pensador riguroso debería haberse apercibido de este aspecto (no hay que ser un gran intelectual para hacerlo) y haber sido cuidadoso con las consecuencias, deseadas o no, de sus textos y, por tanto, matizar. Si hubiera sido un puro ironista debería haber aplicado esa ironía a sus propios textos y reinterpretarlos, por ejemplo, en términos apologéticos respecto a la vida o ferozmente críticos con sus inconsistencias: debría haberse reído de su misma seriedad o de su aparente risa girando el inconveniente de haber nacido hacia su opuesto, por ejemplo.
No hacer ninguna de las dos operaciones hace que sea casi inevitable inclinarse por la convicción de que se trata de un titiritero y de que el juicio de Félix Romeo no es demasiado inapropiado.