18 de abril de 2012

Solzhenitsyn y el exceso (II): desbordando el género


Respecto a los excesos internos de Archipiélago Gulag, a su autodesborde, a su implosión narrativa, a su quebrantamiento de pactos y convenciones novelescas, a su continuo cambio de perspectivas, tiempos, sucesiones y lógicas, a su polifonía heterogénea no cabe decir que sean novedosas, rupturistas o geniales sino, justamente, que son excesivas.

Es excesivo, en un sentido "positivo", el autodesbordamiento: el ir más allá de las intenciones confesadas. No es, en realidad, algo extraño el fracaso del propósito, la imposibilidad del autocumplimiento. Se podría decir que es inherente al género y a cualquier escritura: traicionarse a sí misma, desbordarse, sobrepasarse, no ceñirse a sus propios principios. En el caso de Solzhenitsyn esta traición es un exceso inseparable de su propósito. No osa escribir una historia del Archipiélago" porque "no me ha sido dado leer la documentación pertinente" pero la emprende y se deja llevar por la lógica del relato histórico con sus antecedentes, causas y consecuencias y busca su lógica intrínseca, como si fuera historiador, encontrándola ora en la ideología bolchevique, ora en la naturaleza humana.

Excesiva es, también, su implosión narrativa: cómo las exigencias del relato histórico, de la reconstrucción de la lógica interna del Gulag, se imponen sobre la narración pura deteniéndola, ralentizándola, embrollándola, hasta el punto que a algunos les resulte plúmbea la lectura de un caso tras otro, un proceso tras otro, una condena tras otra.

Excesivo, por supuesto, la puesta entre paréntesis del pacto de ficción ("En este libro no hay personajes ficticios ni sucesos imaginarios... En aquellos casos en que no se citan nombres, se debe únicamente a que la memoria humana no los retuvo. Todo ocurrió como se relata") que obliga al lector a profesar una fe ciega en que lo que se relata sucedió, en efecto, exactamente tal y cómo se relata.

Excesivo, cómo no, el continuo cambio de perspectivas: el narrador homodiegéticoque se transforma en heterodiegético y pasa, a veces sin solución de continuidad, a omnisciente. El narrador se sitúa, al tiempo, como testigo de los hechos vividos en propia carne, como cronista y recopilador del testimonio de otros que le preceden y de otros contemporáneos, como conocedor del destino de muchos de los personajes que desfilan por la trama y que se limita a relatar, como evaluador moral, como documentalista, como erudito, como historiador, etc.

Excesivo, finalmente, los traslados en el tiempo, las interrupciones, el ir y venir por la geografía física y espiritual del Gulag y de la URSS y la heterogenidad polifónica: las voces de fiscales, jueces, dirigentes bolcheviques, abogados defensores, chekistas, eseristas, patriarcas y metropolitanos, torturadores, policías, asesinos, víctimas, hijos de víctimas, familiares de víctimas...