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25 de enero de 2012

"La tumba de Lenin"


El libro de David Remnick, La tumba de Lenin, le ha acompañado a uno estos últimos días de enfermedad. Es un libro más sesgado, tosco y menos sofisticado en sus análisis que, por ejemplo, La gran transición de otro periodista, este español, Rafael Poch-de-Feliu. Pulitzers aparte. Con todo ha sido una lectura agradable e instructiva.

Uno no puede estar seguro de que las citas reproducidas en el libro sean correctas (la mayoría no conllevan referencia académica adecuada y la traducción al castellano se hace sobre la del inglés que, a su vez, se ha efectuado sobre el original ruso) pero alguna de ellas resulta escalofriante y tiñe de sombras la figura de Lenin que una buena parte de la tradición marxista ha procurado mantener pura e incontaminada cargando sobre las espaldas de Stalin los excesos criminales del totalitarismo bolchevique.

Así, por ejemplo, el comisario de justicia de Lenin, Nikolai Krylenko, afirmó según Remnick: "Debemos ejecutar no sólo a los culpables. La ejecución de personas inocentes impresionará aún más a las masas" (p756).

Asimismo, el uso del concepto de "campo de concentración" es atribuida por Remnick a Lenin y Trotsky: "... los primeros europeos que utilizaron el término 'campo de concentración' fueron Lenin y Trotsky, y fueron también los primeros en poner en práctica el concepto. Tres meses después de que Trotsky utilizara el términ, el 9 de agosto de 1918 Lenin envió un telegrama al Comité Ejecutivo de Penza, exigiendo que los dirigentes rojos locales iniciaran 'una campaña de terror contra los kulaks, sacerdotes y guardias blancos; hay que confinar a todos los elementos sospechosos en un campo de concentración en las afueras de la ciudad'" (p456).

Con cientos de páginas dedicadas a poner en su sitio al sistema soviético, a la ideología que le sirvió de su base y a aquellos que lo dirigieron, al menos el bueno de Remnick ha tenido la honradez de confesar que una gran parte de la antigua intelligentsia disidente de la época soviética y amplias capas de la población no vivieron el tránsito al capitalismo precisamente con entusiasmo, lo cual es de agradecer para compensar un poco tanto fervor por Yeltsin y el modo de vida occidental:

"Uno o dos años de exposición a la publicidad norteamericana han conseguido lo que no lograron hacer décadas de propaganda comunista: causar indignación auténtica en parte de las personas honradas ante los excesos del capitalismo. Pero la intelligentsia está desconcertada ante todo esto y es incapaz de proporcionar orientación moral: 'Lucharon por una nueva vida y resultó que esa vida les decepcionó'" (p802).