24 de junio de 2013

"Lucio Sila" y la retórica finisecular


El viernes última representación, por ahora, en el Liceo. Lucio Sila, la primera ópera de Mozart, una ópera a medio camino entre el barroco y el clasicismo, genial teniendo en cuenta la edad a la que la compuso pero desigual para el poco elaborado gusto operístico de uno.

Al llegar, la retórica finisecular del cambio de época, del fin de una era, la retórica literaria apocalíptica, en fin, hizo su aparición: pocos músicos, demasiados asientos vacíos, muchos extranjeros, poco público familiar del turno... Una serie de elementos que ayudaban a trocar elementos quizás inconexos en una composición literaturizante de fin de época: pocos músicos por ruina económica del Liceo; demasiados asientos vacíos y muchos extranjeros porque en Catalunya cada vez menos gente puede pagarse la entrada; poco público familiar del turno habitual porque han revendido su abono... Y, al lado, el no saber si algún día podremos volver a pagarnos un abono "popular" y la coincidencia de que la primera ópera que uno vio fue, precisamente, la misma con la que se despedía, Lucio Sila.

Cuando la obertura dio sus primeros pasos, la impresión apocalíptica dejó paso a las sensaciones habituales de restauración de la continuidad con el mundo artístico ilustrado en el que uno fue parcialmente educado y con la aparición de vagas nociones acerca de la universalidad, la fraternidad, la belleza o la verdad.

Al acabar el primer acto, la distancia con el entorno que había puesto la música de Mozart y el diálogo con Esther, desvanecieron la dramatización. Puede que hubiera pocos músicos porque no estábamos ante una ópera clásica y la orquesta, como tal, pudiera seguir siendo el habitual grupo de cámara barroco; los asientos vacíos podían tener que ver más que ver con el largo puente de Sant Joan; estos años han menudeado los extranjeros e incluso en alguna otra ópera hemos llegado a ver un autobús de turistas bajarse con su entrada en la mano para presenciar el espectáculo; y en cuanto al público familiar... pues había algunos y faltaban otros, como casi siempre.

Puestas las cosas en su sitio, la literaturización dio el paso atrás definitivo. La simetría del inicio y el final con Lucio Sila no era más que una ficción para ordenar acontecimientos y conferirles una lógica bajo la cual amparar una sensación percibida como real y verdadera: uno de los usos de la literatura. No era cierto que la primera ópera que uno vio fuera la de Mozart. Sí en el Liceo, pero cinco años antes Aida de Verdi, en las Termas de Caracalla, en Roma, fue la primera que uno vio.

Ah, maldita manía de pasarlo todo por el tamiz literario...