3 de agosto de 2010. Primera parte.
"La actividad del turista está plagada de visitas frustradas y frustrantes, de expectativas decepcionadas, de pasos que hubiera sido mejor ahorrarse, de ingenuas creencias en la objetividad de los folletos informativos y la neutralidad de las instituciones. Un ejemplo palmario de este sino del turista lo tuvimos en la visita al Palacio de Charlottenburg y sus famosos jardines.
Ni el palacio, ni especialmente los jardines, están a la altura de su fama. Ya no es la comparación con Versalles la que los empequeñece: el emparejamiento de ambos es ciertamente una exageración semejante a la de situar frente a la Torre Eiffel la Torre de la Televisión; es mezclar dos órdenes muy diferentes, tanto que no hay casi base sobre la cual construir la evaluación.
Charlottenburg queda seriamente tocado en la comparación con el palacio de
Herrenchiemsee que Ludwig II de Baviera ordenó edificar en el lago Chiemsee, en Baviera, tanto por lo que hace a la originalidad arquitectónica como a la disposición y riqueza de los jardines. Y no contemplo a este efecto como variable el estado de conservación de ambos pues parece evidente que el estado de Berlin-Brandenburg, o el ayuntamiento de Berlin, o quien quiera que esté al cargo, no va sobrado de fondos para su mantenimiento (y me viene a la memoria que mi amigo Ignasi comentó que la deficiente limpieza en las calles y plazas de Prenzlauer Berg y Pankow se debe al pésimo estado de las arcas públicas de los ayuntamientos de ambos distritos). Dejando de lado la pobre conservación, el palacio y sus jardines resultan insulsos y poco atractivos: una atracción turística mediocre forzada por los eficaces redactores de folletos publicitarios que se aprovechan de la buena voluntad que determina la orientación moral del turista."