17 de enero de 2011

17 de enero de 2011: Crónica intempestiva de un viaje (XXX). La luz del espía que surgió del frío


3 de agosto de 2010. Tercera parte.

“Finalmente, la tarde se pierde entre lecturas, compras de vituallas y juegos y al anochecer, después de comer un plato de pasta bien cocinada, empieza a llover suavemente. El sirimiri ha aparecido de improviso poniendo fin a un día de abochornante calor y lo aprovechamos para gozar del frescor del anochecer berlinés al amparo de la mortecina y escuálida iluminación del barrio.

Caminamos hacia Pankow bajo la llovizna y nos entretenemos en atisbar al paso, entre las ventanas sin cortinas ni persianas de las primeras plantas, el mobiliario de los berlineses de esta zona y certificamos que lo que constatamos las primeras noches en los imponentes edificios de nuestra calle se repite en este área de la ciudad: pocos muebles, paredes blancas y predominio de las lámparas de papel. La mayoría de los apartamentos comparten estos rasgos tan distintos de las casas bávaras, atestadas de objetos y bien iluminadas, que frecuentamos en Baviera un par de años atrás.

Una luz débil y amarillenta proveniente de unas pocas y espaciadas farolas mantiene a raya la oscuridad creciente que se desplaza veloz por las calles silenciosas: otros tiempos y otros lugares parecen convocados por este iluminado también de otra época, de otro mundo. Luces y sombras del Berlin de Le Carré, de Karla y el Checkpoint Charlie, de El tercer hombre, de Carlos y el KGB, del SED y Honecker, de Mischa Wolf y la Stasi, pero también de mi infancia en la periferia de Barcelona.

Esta vivencia multidimensional llega a ser embriagadora y hemos prolongado el paseo todo lo que nuestras ya fatigadas piernas nos han permitido. Cuando, finalmente, el cansancio ha desdibujado las imágenes pretéritas y los saltos entre espacios y tiempos, la ilusión ha dado paso al sentido común. En Prenzlauer Berg en verano, de vacaciones, la falta de luz puede hacer brotar todo un mundo de ensoñaciones al turista. Sólo es preciso que encuentre la disposición para ello. Sin embargo, si trabajáramos en Berlin, un día cualquiera de enero, a las cinco de la tarde, ya de noche, a dos o tres grados bajo cero y en cualquier barrio de los arrabales de la capital alemana, ¿pensaríamos en algún momento en la romántica Alemania dividida de la Guerra Fría?”