Es cierto que numerosos teóricos de la literatura contemporánea, en especial Hans Robert Jauss o Wolfgang Iser, han tomado en cuenta la tesis platónica pero se la han adjudicado en exclusiva a la literatura trivial.
La verdadera obra de arte literaria siempre tendría una función formadora en el sentido positivo. La tergiversadora, sería propia de las obras que se presentan como artísticas pero no son más que mercancía, productos de consumo y alienación situados en el mismo hipermercado global donde escogemos los refrescos, la ropa o los productos de limpieza.
Es posible. Hay argumentos sobrados.
No obstante, también es posible que un texto literario o una obra de arte pueda deformar sin ser literatura de consumo, sin ser folletín. Ejemplos múltiples los ha recogido Edward Said en Orientalism.
También hay suficientes argumentos.
Volviendo al principio.
La mayoría de nosotros nos representamos al emperador Nerón como un individuo cruel, megalómano, como un demente pervertido...
La ópera de Monteverdi nos incomoda porque rompe con esta imagen. Por su libreto desfila un Nerón enamorado de su amante Popea, dulce, afectuoso, clemente con Drusila y Otón cuando estos, azuzados por su legítima esposa Octavia, intentan asesinar a Popea, generoso con Octavia al enviarla al destierro en lugar de ejecutarla... Poco hay del Nerón que quema Roma, se solaza en el sacrificio de cristianos en el circo, organiza perversas orgías diariamente, asesina arbitrariamente a amigos y enemigos...
Si bien en algunos historiadores romanos (Tácito, Suetonio, Plinio...) podemos encontrar los elementos narrativos que legitiman algunos de los rasgos citados, la construcción unidimensional que la mayoría de nosotros almacenamos en nuestra memoria no proviene únicamente de esta lejana raíz.
Tácito, por ejemplo (Anales XII-XVI) al lado del relato sobre cómo asesina a su madre Agripina, a Británico o a Popea (tras propinarle una patada en pleno embarazo) le reconoce su voluntad de destacar en la música y la danza, su popularidad entre las clases bajas de Roma, sus propuestas reformadoras, su actitud positiva hacia el Senado... Su retrato es más ponderado y no se reduce al esquema del desequilibrado degenerado.
¿De dónde puede provenir este sesgo tan pronunciado?
Sin pretender elevar el caso particular a categoría universal sino más bien a modo de metonimia, de ejemplo rápido que sirva de ilustración de una argumentación mucho más abstracta y necesitada de un despliegue conceptual que no puede iniciarse aquí, en mi caso, yo no accedí a la figura de Nerón leyendo a Tácito.
Como otros muchos, lo hice a través del escritor polaco Sienkiewicz (Quo Vadis?, 1886) y, más concretamente, primero de su versión en cómic en la colección "Joyas Literarias Juveniles" y, posteriormente, de la versión cinematográfica de Mervyn Leroy (1951) con Peter Ustinov interpretando el papel del loco emperador. También colaboró, posteriormente, la serie televisiva "Yo Claudio" y la lectura del segundo volumen de la obra de Graves sobre el emperador tartamudo, Claudio, el Dios, y su esposa Mesalina.
La literatura -y no necesariamente la trivial, Sienkiewicz y Graves no son autores canónicos pero tampoco son Tom Clancy o Paulo Coelho- me suministró modelos formadores de opinión, bosquejos y apuntes que, en este caso concreto, me permitieron formular juicios acerca de una determinada realidad histórica (demos por sentado, aunque sea dar mucho por sentado, que las versiones cinematográficas y en cómic solamente degradan pero no añaden nada substancial al original literario del cual se enorgullecen, en este caso, en confesarse copia o versión reducida).
Pero esta formación no es siempre unidireccional, mejoradora, positiva. Puede ser sesgada, parcial, deformadora y el caso del personaje Nerón, bien en la versión Sienkiewicz-Graves, bien en la versión Monteverdi, sería un ejemplo.
¿Pueden interpretarse estos diseños como perspectivas complementarias y seguir conservando la función enriquecedora? Tal vez, mas no se trata de dos piezas que encajan sus salientes exactamente en los huecos dejados por la otra: juntas no nos dan una silueta precisa.
¿Se trataría de una muestra de la grandeza inconmensurable del Arte, que contiene en su interior las más diversas miradas y las integra en la totalidad? Hegel lo subscribiría. La experiencia humana difícilmente. Se estaría más cerca del perspectivismo de Nietzsche que de la síntesis hegeliana. En todo caso, si fuera así, también grandeza de la Historia (las opuestas miradas de Flavio Josefo y Tácito sobre Nerón) o, puestos, de la Ciencia o de la Filosofía...
En cualquier caso, no se trata de determinar quién se acerca más a la verdad, si Sienkiewicz o Monteverdi, sino de constatar que alguno de los dos (o los dos) deforma aunque forme, y que esta deformación no siempre nos mejora a no ser que la renuncia a la verdad sea una mejora (que para más de uno también podría ser...)
El arte, la literatura, no nos haría, necesariamente, mejores y no sólo por culpa nuestra