L'incoronazione di Poppea. Monteverdi (1642).
Hace pocos días pude ver la representación de esta ópera en Barcelona: una de las inaugurales de un género que, según dicen los expertos, tenía poco más de treinta años de vida cuando Monteverdi la escribió.
Según el director de escena David Alden, "una de las mejores óperas de la historia". Como mi formación musical no me permite hacer ningún juicio al respecto, doy por buenas sus palabras para prestar atención a otro aspecto. El interés de esta ópera no se limita a su papel en el desarrollo de la llamada "música culta". La historia de amor entre Nerón y su amante y posterior esposa Popea, puede suscitar en el espectador una relativa sorpresa que, si se reflexiona, le sitúe en plena interrogación sobre la comprensión posible del arte y su función.
La función del arte, y de la literatura y la poesía por inclusión, como eminentemente formadora, mediadora, constituyente, tiene una larga tradición en nuestra cultura: prácticamente es una constante que goza de un notable consenso. De ahí su papel, por ejemplo, en los planes de estudio de la educación primaria y secundaria en toda Europa.
Ahora bien, esta función formadora puede ser comprendida bien como una formación educativa, mejoradora, bien como una mediación distorsionadora, deformadora.
La primera, recorre en posición hegemónica el pensamiento occidental desde Aristóteles y llega con el Romanticismo, y su exaltación de la mayor penetración en la esencia del ser por parte del Arte, a su momento culminante. Una cumbre que el último de los románticos, Heidegger, proclamará en este siglo: "La verdad del ente se ha verificado en la obra de arte".
Es ésta una función tranquilizadora que da sentido al lugar que el arte ocupa en nuestras sociedades y en la tarea educativa clásica: el arte profundiza -como ninguna otra actividad humana- en la esencia del ser y por ello nos hace mejores.
Pero paralela a esta tradición, otra de ilustre inicio que con los siglos ha quedado marginada, insiste en la función deformadora del arte. La expulsión de los poetas de la ciudad de Platón (
República) es el corolario de esta concepción:
"Pero ¿piensas, Glaucón, que, si Homero hubiera sido realmente capaz de educar a los hombres y hacerlos mejorar, no habría hecho numerosos discípulos que lo honraran y amaran?" (
Republica, 600c).
La representación de la ópera de Monteverdi ofrece, creo, un ejemplo de que la tesis de Platón merece ser, cuanto menos, tomada en serio.