23 de mayo de 2021

De la Autonomía Obrera a la Actualidad


Leyendo Días de sueños y de plomo de Alessandro Stella, relato de su experiencia como activista autónomo durante la "década de la insurrección" en Italia, y apartando las punzadas de nostalgia por una juventud pujante y corporal en la que celebrábamos a Lenin a través de Toni Negri y releíamos el marxismo desde el obrerismo (como intentamos explicar a través del número de la revista Anthropos dedicado a este último), resulta difícil aceptar que la "izquierda realmente existente", en cualquiera de sus variantes políticamente radicales que no sean grupusculares, apenas hable hoy día del rechazo al trabajo, y de la alienación y la explotación concreta, individual, singular que produce, más allá de su utilización como elemento sistémico o retórico en el marco de una descripción general del "sistema".

Esta izquierda alternativa parece preferir poner el acento en la lógicamente justa revindicación de los derechos civiles y vehicular a través del feminismo, la inclusión o los derechos de las minorías, la transformación social. A su favor cabe decir que aquellos que esperaban que con el simple cambio de las condiciones objetivas de producción y distribución se produciría el cambio social y con él el de "las mentalidades", las conciencias o las subjetividades, han visto desmentidos sus vaticinios por la tozuda realidad. Ahora parece que creemos que con la modificación del polo de la conciencia subjetiva será como acontecerá el Gran Cambio o lo que sea.

El problema es que priorizar esta vía y desatender la otra:

a) podría dejar intocado el marco de las relaciones económicas (antiguamente llamadas "de producción") y perpetuar la reproducción del orden social solo que reemplazando con nuevos actores determinadas posiciones en el campo de la organziación productiva;

b) se aleja radicalmente de la tradición marxista. De hecho, en rigor, no tiene mucho que ver con ella pues supone postular la independencia de la conciencia respecto a sus condiciones materiales de existencia. Filosóficamente, el principio fundamental de la especulación marxista es que el "ser social precede a la conciencia", que ésta es el fruto de su situación social e histórica. Invertir o ignorar este presupuesto y alejarse del marxismo no es en sí grave, pero puede llevarnos a donde Marx y Engels denunciaban que conducían las propuestas de los socialistas utópicos: a ensoñaciones que apenas permitían incidir en la mejora de las condiciones de las clases sociales más depauperadas y que se agotaban en sus propias formulaciones o en experimentos minoritarios que acaban siendo fagocitados por el entorno.

La obra de Marx y Engels, si es tomada como dogma y no como hipótesis racional y razonable con una notable potencia descriptiva, si es banalizada y vulgarizada, puede ser peligrosa: la historia de la URSS, China o Camboya lo han demostrado suficientemente. Mas no tener en cuenta sus análisis y prescindir de ellos también puede serlo.
 

Recuerda Stella: "... decidimos crear un comité obrero de la zona, y lanzar una campaña contra las horas extras y la jornada laboral del sábado, guiados por el objetivo de «trabajar todos, trabajar menos». Después de los «Gloriosos Treinta», el pleno empleo había llegado a su fin, bajo la presión delas deslocalizaciones, la demanda cada vez más urgente de los accionistas de reducir los costes laborales para obtener más beneficios, y los empresarios de la patronal que habían recurrido al chantaje del desempleo para frenar las reivindicaciones sobre los salarios y las condiciones de trabajo. El objetivo propuesto fue bien recibido por muchos obreros, que desde hacía una década quería, o, disfrutar más del bienestar familiar, del personal y mental, pasando pasando menos tiempo en la fábrica y más fuera, para go zar de la vida. Y no deseaban volver atrás. No se trataba de un objetivo nuevo en la historia del movimiento obrero, más bien todo lo contrario; ya durante la primera mitad del siglo xrx, en las primeras legislaciones sobre el trabajo, se habían hecho progresos limitando en particular el trabajo de niños y adolescentes a «solamente» 12 horas al día. La conquista de vacaciones pagadas, conseguida por nuestros abuelos, y la de nuestros padres de 40 horas semanales no satisfacían a los jóvenes obreros de ese momento: soportaban mal las ocho horas en la cadena de montaje; el culto al «valor del trabajo» no tenía interés; la nueva generación de trabajadores anhelaba disfrutar del tiempo libre".