Este pasado fin de semana se celebraron las V Jornadas de Secundaria en Barcelona. En esta ocasión el tema escogido fue, como dirían los periodistas, de "rabiosa actualidad": el aprendizaje por proyectos. Probablemente esta edición haya sido la mejor de las que ha organizado el sindicato tanto por la calidad y el rigor de las ponencias, como por la buena organización y la notable afluencia de público.
El primer día, Jesús C. Guillén, analizó las virtudes y límites del aprendizaje por proyectos desde el punto de vista de la neurociencia. Con una exposición chocante para muchos de nosotros por su vehemente y teatral puesta en escena, aportó buenos argumentos sostenidos en evidencias científicas para apoyar la utilidad del trabajo por proyectos pero también para no tomarlo como una panacea y ser prudentes en su posible generalización a todas y cada una de las etapas educativas. Después, José Manuel Lacasa, con la misma brillantez que exhibiera el pasado año, realizó una sólida, irónica y apabullante descripción del papel nuclear del adelgazamiento curricular en el declive de los sistemas educativos europeos y, al tiempo, en el auge de los asiáticos. Pero esta vez el despliegue de datos y motivos se acompañó de una pertinente reflexión acerca de hasta qué punto esta visión pedagógica, hegemónica actualmente en el viejo continente, es inseparable del dominio que, en el ámbito de la opinión pública, ejercen los movimientos ideológicos antiintelectualistas (de derecha e izquierda). Unos grupos que, objetivamente, están estrechamente relacionados con determinadas finalidades económicas.
El segundo día, el expresidente del Consejo Escolar del Estado, Francisco López Rupérez, desmintió - por una vez - mi inquebrantable fe en la estricta universalidad del Principio de Peter así como de la utilidad de poner entre paréntesis los prejuicios políticos a la hora de analizar críticamente un problema. De su impecable conferencia destacaría el hincapié que hizo en que la influencia entre emoción y cognición no es unidireccional, como algunos partidarios de la "nueva escuela" pregonan leyendo unilateralmente, y mal, algunos modelos suministrados por la neurociencia, sino que entre ambos fenómenos se da una interacción muy compleja, y su apuesta por acercarse al Mastery Learning como estrategia más compensada y avalada científicamente para abordar la consecución de los fines educativos públicos.
Una reflexión rica y sosegada que es, justo, lo que no abunda precisamente en el espacio de discusión pública acerca de los principios y fines de la enseñanza en nuestras sociedades.
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