26 de noviembre de 2016

Fidel

"¡Papá, Fidel ha muerto!". Ha sido uno de los primeros pensamientos que han acudido tras conocer la noticia de su muerte. Como si mi padre todavía estuviera vivo. Un enunciado que ha brotado automático, mecánico, involuntario. Irracional y fantasmático como el sentimiento de pesar que lo acompañaba y que me ha costado disipar. Para mi padre, como para mi abuelo, Fidel Castro era la encarnación de la esperanza, el símbolo de la posibilidad de los oprimidos de acabar con su sufrimiento. Para uno, aunque hubiera algún rastro de esa grandeza al principio, uno de tantos enterradores de los ideales emancipatorios del comunismo. Sin embargo, esta mañana, el sustrato sentimental heredado ha sido capaz de imponerse durante un buen rato sobre el racional. Luego, afortunadamente, la reflexión ha vuelto a situar su figura en el contexto de las perversiones totalitarias pero me temo que en esta oscilación nos hemos movido muchos. Demasiados quizá...

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