17 de octubre de 2016

Ivan Bunin y los riesgos de la vigilancia crítica

En las idas y venidas de las reinterpretaciones continuas, es probable que no quepa plantear muchas objeciones a la interrogación foucaultiana acerca del papel de "la revolución" como eje regulativo de cualquier teoría y práctica política que tome como objetivo principal la transformación de la sociedad. Incluso tampoco acerca de su función en el horizonte de la eticidad. Esta pertinencia, sin embargo, debe ser cuidadosa. El sesgo totalitario y romántico de la noción en su uso habitual en el discurso de la izquierda marxista y anarquista, que precisa de una cuarentena inicial cuanto menos, no tendría que desembocar en un rechazo radical e inmotivado que acabaría obedeciendo a un conservadurismo primitivo que pretendería mantener, en la medida de lo posible, las injustas relaciones económicas vigentes. Este riesgo se observa, por ejemplo, en algunas de las relecturas contemporáneas de la obra de Ivan Bunin que ahora resultaría un adalid de las libertades y la lucha contra la dictadura cuando su oposición al régimen bolchevique parece fundamentarse más bien en una visceral e irreflexiva defensa de un orden zarista reformado que en la reflexión crítica acerca de los peligros de la opción revolucionaria clásica.

" Esto es Asia. Definitivamente: Asia. Por doquier hay soldados, chiquillos, se venden melindres, turrón de sésamo, galletas con granos de amapola, cigarrillos con boquilla de papel. Gritos y hablas orientales. ¡Qué repugnantes sus rostros amarillos y sus cabellos hirsutos! Tanto los soldados como los obreros que se enfrascan en la descarga de los camiones ostentan triunfantes jetas (...) Y todo eso se repite una y otra vez, puesto que entre los rasgos distintivos de las revoluciones están la sed de juego, la hipocresía, el gusto por las poses y la farsa. El mono que hay en cada hombre se despierta y asoma la cabeza (...) A la vez, por las calles todavía claras, pero ya extrañamente vacías, corren hacia esos clubes y teatros en fogosos automóviles los representantes de la nueva aristocracia roja generalmente acompañados de emperifolladas mujerzuelas a ver a sus serviles actores: marineros con enormes revólveres Browning sujetos a sus cinturones, carteristas, truhanes de toda laya y ciertos petimetres cuidadosamente afeitados, vestidos con guerreras, pantalones arrugados hasta la indecencia, elegantísimos botines, siempre con espuelas, y todos ellos con dientes de oro y los grandes y oscuros ojos de los cocainómanos" (Días malditos, Trad. de Jorge Ferrer, p54, 60, 92).

Si cabe sospechar de los "profesionales de la revolución" y su retórica, no menos de la de los que ocultan bajo la denuncia del totalitarismo su deseo de que el orden de cosas existente sea preservado de cualquier alteración significativa.

2 comentarios: