12 de mayo de 2009

Nuevo libro de David González. Pathos, Ethos y violencia (III)


Pero es evidente que lo objetivo no puede borrar de un plumazo esa casilla vacía que es lo subjetivo. ¿Por qué, aparte de lo dicho, admiro sus escritos?

En la interacción entre algo así como un pathos, un cierto ethos y una específica experiencia de la violencia, un triángulo que recorre sus textos, veo uno de los elementos que lo distinguen de la mayoría de los cientos de buenos y grandes poetas que hay en este país y lo hacen extraordinario.

Siempre he encontrado en la obra de David un pathos muy heideggeriano: una auténtica pasión por la autenticidad que atraviesa tanto la forma como la materia de su poesía (en la medida en que se pueden distinguir analíticamente) y su propia subjetividad.

Búsqueda de la autenticidad que adelgaza dicción y ficción hasta acercarlas casi a un "grado cero" de la construcción poética.

La afirmación de Colinas (que algunos no compartimos) de que dividir una narración en líneas no implica que se escriba un poema se las habría, en ocasiones, con estos textos profundamente narrativos, escuetos y tan desprovistos de carga retórica que parecen un relato sumarial de hechos separado por espacios y que, sin embargo, producen un innegable efecto poético: diamantino y conmovedor.

Esta autenticidad sería una conquista del ser lanzado al mundo antes que un punto de partida o un atributo natural. Ahora, leyéndole, puede parecer casi inherente a su escritura y a su persona: una cualidad casi física, substancial.

No obstante, creo que es el fruto de un trabajo intenso. Utilizando la retórica del pensador alemán, es el esfuerzo de alguien que, en su desarraigo y angustia vital, resuelve vivir en la verdad asumiendo su finitud para tomarla no como final sino como condición, como punto de partida. Un "ser para la muerte" que vuelve a mirar el mundo sin cosméticos. De este modo, el pathos se construye con una decisión, con un cierto ethos.

En este ethos, un ethos plural y que se resiste a la simplificación, se hallaría el combustible que alienta la entrega a la finitud y a la historicidad y, con ella, su búsqueda de una escritura que rompa con las apariencias, con las ficciones de la sociedad del espectáculo, reivindicando el hecho puro y desnudo traducido con la mínima impostura: acontecimiento y descripción.

Reivindicación, con todo, que también puede servirse de la ficción, como lo muestra su magnífico El hombre de las suelas de viento. De una ficción sometida a lo fáctico, a lo histórico, para conseguir mostrar de una manera casi ostensiva lo sucedido. Aunque sea remontándose hasta la máxima distancia, huyendo del "grado cero" hacia la metaliteratura, el objetivo es el mismo: el hecho y su enunciación lo más pura posible.

En este ethos encuentro dos principios que me recuerdan, y por eso los tomo en su literalidad, a algunas reglas básicas de la ética de Foucault. Principios sustentados en una experiencia que acabaría funcionando como una suerte de origen tachado, de "desconocida raíz común" como la buscada por Kant, de fundamento abismal: la experiencia de la violencia.

Los dos principios: "desprenderse de sí mismo" y "el gobierno de uno mismo como trabajo artístico".

Desprenderse de sí mismo, de todo aquello que la sociedad ha ido superponiendo sobre nuestros cuerpos y almas violentamente: trabajo infinito por definición. Rasgar las máscaras, desautomatizar los hábitos, reconsiderar nuestros principios, interrogar nuestras pulsiones, poner nuestra subjetividad en tela de juicio...

Desprenderse del sujeto al que estamos sujetos. Deshacerse de lo impuesto por una realidad percibida como manifiestamente cruel e injusta. Empeño sin síntesis final, sin satisfacción por el triunfo de la completa autorrealización: empeño condenado al fracaso si se busca el "hombre nuevo"; empeño hermoso si se entiende como una lucha incesante en la que siempre somos y seremos derrotados. Empeño de los perdedores.

Construirse como sujeto diferente en perpetua reconstrucción y problematización implica gobernarse, ser dueño de uno mismo, sapere aude (Kant), y acometer esta autodeterminación de un modo "estético": construirse al modo de la obra de arte. No separar personaje y persona, literatura y vida, trabajo y vida privada. Luchar contra la escisión colocando lo artístico no sólo en el exterior sino también en el interior.