"Unos 200 ultras con banderas de España y de una organización de extrema derecha amenaza a los gais en el centro de Madrid al grito de “Fuera maricas de nuestros barrios”" (El País, 19/09/2021)
Leyendo ayer unas declaraciones de Carlos Saura en las que expresaba su miedo ante una nueva guerra civil y presenciando la cobertura mediática de la manifestación neonazi de ayer en Chueca uno estaría tentado de echar mano de la hipérbole que tanto gusta por estos pagos y proclamar, definitivamente, el resurgimiento del fascismo y de su amenaza
Lanzada la advertencia hasta los maoístas y neobolcheviques parecen defender, ni que sea utilitariamente, esta democracia débil y administrada que, si bien no es capaz de redistribuir la riqueza de una forma razonable, ni de solucionar los problemas de explotación laboral o los derechos de ciertos grupos que se conciben a sí mismos como naciones con derecho a estado, parece un mal menor comparado a la intolerancia, la persecución y el crimen organizado estatalmente que se aventura en el horizonte.
Uno no cree que la historia se repita y, en todo caso, si lo hiciera sería, como dice Marx, como farsa. Eso sí, parecidos los hay y situaciones estructuralmente similares también. Los neonazis son pocos. Cabe dudar que a corto plazo sean capaces de imponerse socialmente. Ahora bien, es un síntoma preocupante que la izquierda se haya desarmado renunciando a una reforma económica radical y reivindique una educación que fomenta la incultura y el adocenamiento; también lo es que la deliberación política, por muy burguesa que sea, se haya abandonado a la simplificación y el maniqueísmo populistas; y, sobre todo, que la democracia liberalsea percibida por cada vez más gente como una pantalla a superar, como un entramado artificial del que hay que extraer el jugo que se pueda para llegar, lo antes posible, a un objetivo superior y preferible que, evidentemente, poco tendrá que ver con el juego de los derechos y las mayorías y las minorías.
Nuestros padres y abuelos sí vivieron una dictadura criminal y represiva y, antes, una guerra civil en pos de paraísos en la tierra y sabían de la mejora sustancial que puede suponer una organización política que respete los derechos y se sujete a la ley. ¿Es eso poco? Ante los cantos de sirena de la patria o la revolución, seguramente. Pero ni una ni otra han proporcionado lo que no se cansan de prometer.
Como mínimo el sano escepticismo que ponemos en marcha al analizar este régimen pobre y limitado deberíamos aplicarlo también a las ubérrimas utopías en cuyo nombre se quiere proceder a demolerlo.