23 de abril de 2009

(y II) El campo de batalla literario y la crítica


Aceptando que la función orientadora de la crítica literaria siga vigente y no esté tan sometida a las coerciones de las corporaciones editoriales como para haberse trocado en un mero instrumento publicitario más, sorprende la falta de prudencia que se da en su ejercicio: en vez de intentar mantener su independencia respecto a las partes en conflicto en muchos casos sirve como tropa de asalto de alguno de los contendientes.

¿Con qué fundamento los críticos forman estas avanzadillas? Más cuando esta disciplina está lejos de los estándares científicos sin acercarse, a cambio, ni un ápice al ámbito artístico.

A diferencia de la crítica, en el dominio de los llamados “Estudios Literarios” la Teoría de la Literatura, por ejemplo, ha realizado un notable esfuerzo por aproximarse a los estándares mínimos de las ciencias sociales durante la segunda mitad del siglo XX, como lo muestran los trabajos de S.J. Schmidt, Itamar Even-Zohar o Pierre Bourdieu. Un empeño por conquistar el derecho a proclamarse conocimiento y no palabrería; por conquistar el derecho a que sus juicios sean evaluados y respetados como contribución al incremento de saber de nuestras "culturas".

La crítica literaria, mientras, no ha avanzado mucho más camino que el que ya había recorrido en el siglo XVIII salvo cuando ha sido utilizada como una suerte de aplicación práctica de los postulados de las teorías literarias.

No obstante, que siga estando más cerca de lo informalizable no significa que sea una forma de arte ni una especie de género literario singular: confundirla con la literatura es un abuso de la necesaria crítica de la absolutización de las fronteras y una nueva entrada en "la noche en que todos los gatos son pardos".

La distinción entre literatura y valoración, comentario, glosa o interpretación, en general, es una distinción rigurosa aunque no sea total.

De ahí que, si el soporte epistemológico (medido en términos de incremento de conocimiento) para ejercer la crítica literaria es más bien escaso, sería deseable que la empresa de los críticos estuviera presidida por la prudencia y el alejamiento de los rivales en el campo de batalla literario: cuando no hay un saber fundamentado y acumulado a lo largo del tiempo que avale las aserciones de uno más vale ser precavido y evitar el papel de fuerza de choque de cualquier ejército privado.

Sería más consistente con su historia, desarrollo y rango cognoscitivo que la práctica “mercenaria" que la caracteriza en la actualidad.


Por ello, en época de movilización total, de subsunción de lo real, incluida la literatura, al capital y de conversión del capital en contienda generalizada, la crítica, entre las muchas opciones que siempre tiene a su alcance, podría optar, toscamente hablando:

a) por consagrarse, como lo está haciendo cada vez más, a la soldadesca de fortuna;

b) por proclamarse pacifista y renunciar, aparentemente, a su función al precio de seguir formando parte de la conflagración global sin tomar partido consciente pero haciéndolo inconscientemente; o

c) por comprometerse a cumplir las labores paliativas y más o menos independientes de una cierta "Cruz Roja" literaria.

Esta última, que ejercería su tarea desde la prudencia y la benevolencia se ejemplificaría, si uno se la tomara en serio, en la autocrítica realizada hace unos meses por los Addison de Witt:

"Nuestro criterio es uno más. El hecho de que nos parezca mala la poesía de determinados poetas, sean buena parte de los chicos de la experiencia, o aquella poesía más embellecida y heredera de grupos como Cántico y otros neobarroquismos modernistas, o cierto macarrismo en alguna poesía social, no significa que sea mala objetivamente. Sólo implica que a nosotros no nos gusta. No tenemos la posibilidad de objetivar lo que es buena poesía y lo que es mala poesía. Podemos hablar de innovaciones, de conservadurismo, de manejo técnico, pero a veces cuando decimos que un poema o un libro es malo, es sólo una opinión estética.

Daño: Y enlazamos esto con un punto importantísimo para nosotros. Sabemos que hemos hecho daño a algunos poetas con nuestras críticas. Algunos críticos parece que no les importa en absoluto hacer daño e incluso parecen disfrutar de ello. Nos estamos acordando ahora mismo de un crítico del norte de España que hemos leído muy recientemente en una entrevista. A nosotros nos jode hablar mal de un poeta, en especial si no ha habido nada de premios ni de cosas similares. Es decir, simplemente porque su opción estética, o la forma en la que la lleva a cabo, no nos gusta, lo decimos y hacemos daño. Incluso cuando ha habido corruptelas de premios, a veces nos hemos sentido mal criticando. Al fin y al cabo, parece que es algo inherente al ser humano entrar en ese tipo de oscuridad tan frecuente, ¿no? Los raros somos nosotros, no vosotros. Otras veces, cuando hemos reaccionado de manera exagerada a algunos insultos y cosas similares, también nos hemos sentido mal después. El objetivo de este blog no puede ser hacer daño a las personas. Y sabemos que lo hemos hecho. Mal. Muy mal."

¿Adoptaría esta crítica literaria uno de los principios fundamentales de la Cruz Roja?

"El Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, al que ha dado nacimiento la preocupación de prestar auxilio, sin discriminación, a todos los heridos en los campos de batalla, se esfuerza, bajo su aspecto internacional y nacional, en prevenir y aliviar el sufrimiento de los hombres (y poetas) en todas las circunstancias" (Wikipedia)

Cabe dudarlo: los críticos le han tomado gusto al saqueo, privilegio mercenario desde siempre, y los pocos que dudan e intentan preservar su independencia rezuman un pacifismo sesgado que oculta -y les oculta- su alineamiento.

La prudencia y la benevolencia han abandonado, en estos tiempos, a la crítica literaria.