La costumbre de envolverse en la bandera catalana y denunciar a "los poderes del Estado" como instigadores de procedimientos judiciales e investigaciones acerca de prácticas corruptas o fiscalmente punibles no es privativa de los altos cargos de Convergència. También el
president del Barça ha recurrido a esta argucia para provocar adhesiones y presionar, a su vez, a quienes desde las alcantarillas del estado español, es un decir, le persiguen. Y lo sorprendente es lo relativamente bien que les funciona: recaban numerosos respaldos acríticos entre el común sentir (que no es el sentido común, discrepo en ello de mi siempre querido y admirado Jorge Riechmann) de las clases asalariadas (da igual si son medias, proletarias o
lumpen porque clases haberlas háylas pero el nacionalismo, como la religión, las atraviesa cómodamente). Este éxito, no es tanto una desagradable muestra de la casi absoluta incompatibilidad entre pensamiento racional y nacionalismo, algo que a estas alturas debería ser más bien evidente, sino un ejemplo de su notable fuerza, de su capacidad de arruinar diferencias de clase y explotaciones diversas y sus riesgos para los proyectos de emancipación humana.
Otro ejemplo lo tenemos en el desinflamiento de la radicalidad izquierdista de las CUP y de su portavoz, David Fernández, a quien no sin razón Pablo Iglesias afeó un abrazo con Artur Mas que simbolizaba la solidaridad por encima de las diferencias de clase en un proyecto más amplio: el nacional. Si bien las CUP siguen gozando de la consideración del que escribe por la coherencia de su proyecto secesionista y su escaso etnicismo, como opción de "izquierdas" van perdiendo credibilidad a pasos agigantados, lo cual no es una buena noticia aunque la izquierda, de por sí, no garantice demasiado cara a la Causa General de la Emancipación pero sí algo más que la llamada "derecha". Y ya que estamos y respondiendo a una pregunta de un amigo secesionista que critica que parezco no mostrar ningún aprecio por los secesionistas (¡como si lo mostrara por los españolistas!): aprecio de ERC la mayor parte de su actual cúpula dirigente que exhibe un secesionismo morigerado y con escasos toques de etnicismo y son capaces de articular un discurso casi imposible que conjuga nacionalismo y ciudadanía; si las bases del partido no fueran tan tremendamente etnicistas en su mayoría, incluso xenófobas, sería probablemente, junto a Podemos, el partido político que me parecería más decente dentro del rechazo general que debe profesarse ante estos grupos de gestión de la explotación capitalista a principios del tercer milenio de la era cristiana. Otra cosa es CiU y especialmente su
president, el advenedizo secesionista con ínfulas meisánicas. No aprecio ni a sus cuadros, profundamente conservadores y clasistas, ni, por lo que conozco, a sus bases en las que que al factor étnico y xenófobo se les vincula un catolicismo y un carlismo difícilmente digerible.
Una última nota. Va uno dándole vueltas a si la xenofobia suave, débil, que envuelve algunos sectores del secesionismo es un algo periférico o central y reúne elementos de juicio. En la Televisión Nacional, la empresa Catgas proclama en un anuncio: "
A Catalunya tenim una força especial que ens fa arribar més amunt, ser millors, mirar pel que és nostre, perquè som d'una terra amb una energia única" ("En Cataluña tenemos una fuerza especial que nos hace llegar más alto, ser mejores, mirar por lo nuestro, porque procedemos de una tierra con una energía única")...