Leyendo el primer volumen de las memorias del recientemente fallecido Toni Negri, más allá de las objeciones teóricas, los sonrojos por sus excesos de ego o las incomodidades por su prosa poco amable, la melancolía lo impregna todo. Los nombres (Panzieri, Tronti, Potere Operaio, Lotta Continua...), los lugares (Venezia, Padova, Bologna...) o las luchas políticas (la Autonomia Operaia, los Grundrisse, el PCI...) me llevan hasta Rais Busom Autor quien me habló de él por primera vez allá por 1983, cuando acabábamos el primer curso de Filosofía en la UB, y empezaba nuestra amistad, nuestros proyectos comunes y nuestra juventud.
Una añoranza serena, pero densa. Nostalgia de la ingenua esperanza revolucionaria y de la plenitud de los cuerpos, que no del totalitarismo acechante y la imprudencia de nuestras mentes. De eso no. Recuerdo del París de enero de 1989, de la clase de Derrida sobre Benjamin, llena hasta los topes, de la mala comida en un McDonalds y los maravillosos Cus-Cus en Pigalle, de la subida a pie a la Tour Eiffel y de las horas en las librerías del Barrio Latino. Recuerdo de Rais entrevistándose con Negri, mientras yo me iba a la biblioteca de l'École des Hautes Études a seguir empapándome de Foucault y me acercaba -antes de huir despavorido- a Lacan.
Negri presente y palpable hasta el número 144 de la revista Anthropos que ahora se vende de segunda mano a 8,50 euros... Negri siempre cerca: el poder constituyente, Imperio, la multitud, lo común...
Pero, sobre todo, Negri en mi memoria.