Aunque no puede excluirse que, simplemente, estemos ante una nueva relectura y reescritura de los hechos históricos y prehistóricos propia de un pujante paradigma antropológico y, por extensión, biológico y sociológico, que se propone reemplazar el ambientalismo por una suerte de innatismo o genetismo más o menos radical, lo cierto es que su argumentación contribuye a la necesaria demolición del mito de las pacíficas estructuras sociales de los pueblos que siguieron una evolución diferente a las de los que desembocaron en Occidente:
"En verano de 2012, un equipo de paleoantropólogos se encontró en Kenia
un escenario que dejaría helado a cualquier forense. Estaban cerca del
lago Turkana, una zona clave para entender el origen del género humano,
pues allí se hallaron los restos del
Homo ergaster, nuestro ancestro. Lo que destapó el equipo científico era mucho más reciente, de hace unos 10.000 años. En esa época los
Homo sapiens
de la zona vivían en sociedades nómadas dedicadas a la caza y la
recolección, un pasado anterior a la aparición de las primeras
sociedades sedentarias. Algunos expertos han idealizado aquella época y a
sus protagonistas, que serían buenos salvajes entre los que no existían
jefes, jerarquías, violencia. Pero el hallazgo,
cuyos detalles se publican hoy en Nature, hacen que el mito se tambalee"
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