1 de octubre de 2015

Crónica de la Nueva Edad (01/10/2015)


Y finalmente se celebró el plebiscito, las elecciones autonómicas o lo que fuera. Por un lado, los resultados han sido los que, racionalmente, parecían previsibles y que podrían conducir a ese escenario a la belga del que se hablaba por aquí hace unos días: los secesionistas obtuvieron "su" mayoría absoluta pero no llegaron al 50% de los votos, se mire como se mire; los unionistas y españolistas han pasado por alto el triunfo claro en diputados de sus rivales y se han quedado con el "52-48". Ambos bandos han interpretado muy laxamente y con mucha condescencia el asunto de los porcentajes y los escaños en la versión más esperpéntica de espectáculo político del sur de los Pirineos. Tal vez nadie admite la derrota, siendo benevolentes, porque ninguno de los dos ha sido vencido. Sin embargo, utilizando el sentido común, la generosidad valorativa debe dejar paso a la deficiente calidad democrática de nuestros representantes políticos. Por hablar del caso más sangrante. Habiendo fracasado en el plebiscito planteado, Mas debería haber hecho como en su momento hizo el escocés Alex Salmond: dimitir. Como bien señalan las CUP, que siguen manteniendo esa cierta coherencia que ha sido su gran virtud como uno ha resaltado alguna vez, el "procés" no depende de una persona. Por cierto que este heteróclito partido, que ahora los españolistas enjabonan como esperanza blanca que hará descabalgar, ahora sí, por fin, la "aventura", ha salvado los muebles del secesionismo - moralmente hablando - a los ojos de uno. El patético espectáculo de Mas, Romeva y sus corifeos mediáticos (el primer ejemplo, por lo que uno sabe, la hooligan Pilar Rahola) reclamando para sí los votos de Podemos y Unió, a los que previamente habían calificado de "ultraderechistas", entre ellos nuestro impresentable president, o "botiflers", para afirmar la noche de marras que el "sí" había conseguido más del 50% o, en los días subsiguientes, algo más moderadamente, que no se debían contabilizar en el haber del "no", hizo que uno se planteara si, definitivamente, el secesionismo había sido fagocitado por ese sector etnicista e intransigente para el cual los medios democráticos son, simplemente, los que ahora parecen más adecuados para conseguir el fin deseado pero que en el momento en que no sirvan deberán ser arrojados al vertedero de la historia de la "lluita del Poble". La insistencia de las CUP en que sin el aval del 50% de la población no se debería realizar una DUI (Declaració Unilateral d'Independència) le sigue otorgando al movimiento ese "plus" moral que le permite compensar el gravísimo déficit que Mas y compañía han impuesto al movimiento y albergar la esperanza de que no todo está perdido definitivamente por aquí. Habrá que ver si allí, en España, Podemos consigue darle a unionistas y españolistas ese "extra" ético similar al de las CUP que evite que la situación belga acabe trocándose en un nuevo Euskadi. No hay que ser optimistas al respecto: la presión sobre el partido radical catalán es enorme y la campaña contra el partido español ya lleva mucho tiempo en marcha con cada vez mayor fortuna. El modelo belga parece llevar todas las de ganar antes de pasar a una situación que podrá tildarse de "balcánica"...