24 de noviembre de 2014

A vueltas con Podemos (y II)



Respecto a la segunda objeción de Jaime. En primer lugar, aceptemos "marxismo como animal de compañía": sabemos que no hay tal "marxismo" más que en las modelizaciones teóricas que se realizan en función de determinadas exigencias discursivas pero puede, razonablemente, describirse un objeto conceptual semejante del mismo modo que puede hacerse con el "psicoanálisis" o el "cristianismo" con arreglo a ciertas finalidades a sabiendas de que, de hecho, es una idealización.

En esta idealización podría identificarse, por ejemplo, un núcleo duro de la doctrina marxista articulado en torno a lo que antiguamente se conocía como el contenido "científico" del marxismo: el materialismo histórico. Y, especialmente, alrededor de principios como que el ser social precede a la conciencia, que la lucha de clases es el principal actor de las transformaciones históricas o que la interacción conflictiva entre fuerzas y relaciones de producción es la responsable de las condiciones objetivas de cualquier posible cambio político. Evidentemente, aquí ya reinterpretamos un marxismo del que ha desaparecido la escatología porque hablamos de "transformaciones históricas", no de "evolución" o "progreso", o de "interacción" en vez de "dialéctica" y en eso no somos muy fieles, precisamente, a buena parte de la tradición constituida. Mas al hacerlo también evitamos fórmulas como las del fabulador Althusser y su "la historia es un proceso sin sujeto" o toda la jerga dialéctica que hoy resulta difícilmente digerible para nuestros estómagos apacentados. Bien. Este "marxismo" falta en Podemos, hasta donde uno sabe, y ha sido sustituido por el énfasis en las condiciones subjetivas, en la voluntad de los asalariados y en la transversalidad interclasista. Este "giro" recontextualiza análisis y propuestas al despegarlas del ámbito objetivo y vincularlas al subjetivo con lo que algunas de las pretendidas soluciones expuestas por sus portavoces (como las propuestas respecto a la renta mínima garantizada) podrían pasar de respuestas radicales y transgresoras a respuestas-parche que pueden ser rápidamente reasumidas por lo que ellos, y todavía algunos de nosotros, llamamos "el sistema" (¡qué resto atávico!). Por ejemplo, la renta mínima garantizada que, desde el lado de la ilusión y la voluntad de lo subjetivo, parece una medida justa y generosa podría trocarse, desde el lado objetivo, en una política general de subsidios que empobrece, embrutece y encadena aun más a los dominados como puede observarse en el mundo anglosajón. O, peor, esta desatención a lo objetivo puede conducir a participar directamente del paradigma de los dominadores, como es el caso del modelo educativo que dicen defender y que tan buen servicio presta a la reproducción de la estructura social en nuestras sociedades.

Y es que ignorar las condiciones objetivas, o pasar por encima de ellas, para incidir en el lado de las subjetivas, de la voluntad, puede ser peligroso y contraproducente. Al hacerlo, la acción ha de anclarse más en la ilusión y en el entusiasmo que en la racionalidad, la prudencia y el sentido común atizando, voluntaria o involuntariamente, los elementos escatológicos à la Bloch, hasta equipararlos a los religiosos. De este espíritu escatológico, además, es muy probable que se retenga no la docta spes, la esperanza fundada, el inacabamiento constitutivo de lo material y lo humano o la promesa siempre diferida del Sumo Bien, sino su otra cara: la esperanza compulsiva, el anhelo de la llegada inminente del paraíso humano a la tierra o el triunfo del Bien Absoluto deben exhibirse y orientar la conducta para mantener viva la ilusión y alimentar el entusiasmo. Pero, como nos ha mostrado la Historia repetidas veces, de la fiebre y el fervor al Gulag, el campo o el Lager, hay muy poco camino (metafóricamente hablando).

Así, aunque desde un punto de vista reformista (que no es poco, ni debe ser descartado precisamente en nombre de la utopía), Podemos llegue a suponer una cierta esperanza de regeneración del espacio público de las democracias administradas, si va más allá y se contempla  - y es contemplado - como el vehículo mediante el cual se producirá una transformación en profundidad del modo de producción y distribución económico imperante y, consecuentemente, de la organización política actual, cabe ser pesimistas y cautos.

Sigue uno prefiriendo al cenizo Harich y su marxismo adelgazado, escuálido, que se aviene más con la vertiente objetiva y el peso, la gravedad, de las fuerzas y relaciones de producción, las luchas de clases, con la prioridad de la carestía, la necesidad y la solidaridad frente a la abundancia, el progreso y "el cielo prometido" y con la exigencia teórica y moral de desconfiar de lo utópico, que a los cantos de sirena sobre un nuevo cielo conquistado en un nuevo amanecer: "El análisis de realidades, y no la fabulación de proyectos de futuro, es lo que distingue al socialismo marxista del utópico"("Marx a la vinagreta picante").