17 de febrero de 2014

"Otro" viaje a Italia (II): De Fiumicino a Firenze


16 de julio de 2012.

No es difícil constatar cómo nuestro viaje arrastra el modelo goethiano de buen principio. Aprendido e interiorizado como "verdadero", a través de los medios de comunicación, que la economía italiana se encuentra, como la española, al borde de la "intervención" por "los hombres de negro" de la Unión Europea rápidamente la vista encuentra pruebas de la posible crítica situación en el mismo aeropuerto de Fiumicino. Poco importa que el vuelo de Al Italia haya sido ejemplar o que, contra la vox populi, no haya habido retrasos y no se hayan perdido las maletas. En las ventanas sucias, las paredes agrietadas, las cintas transportadoras avejentadas o las escaleras mecánicas estropeadas uno encuentra lo que le había sido inculcado. Sin embargo, ¿acaso no había sido así ya, veinte años atrás la primera vez que aterricé en este aeropuerto?

Da igual. la impronta goethiana funcionará tanto si lo quiere uno como si no aunque uno se pregunte cómo se encontrará de aquí a veintinco años la flamante T1 del aeropuerto de Barcelona máxime si el Estado continua cediendo parcelas de responsabilidad públicas a la fauna privada.

Sin problemas, alquilamos un coche para desplazarnos hasta Firenze. Habría que anotar que, hace cuatro años, en un viaje de Edimburgo a Munich, sufrimos lo indecible para alquilar un coche. Sí, el presumido y frío aeropuerto Franz-Josef Strauss estaba limpio y reluciente pero en la Hauptbanhof donde debía alquilarse el coche todo fueron esperas, descoordinaciones y dilaciones. Como Goethe, que anotaba que el prejuicio de la pereza de los italianos debía ser desterrado, cabe desterrar el del funcionamiento engrasado y eficaz de los alemanes.

Las casi tres horas de autopista hasta Firenze vuelven a permitirnos trazar, sincrónicamente, comparaciones entre las autopistas del sur de Alemania, con sus interminables colas y sus continuos accidentes, las catalanas, siempre tan denostadas por más motivos de los que uno recuerda, y estas primeras italianas que tenemos ocasión de seguir que constan de dos carriles estrechos y asfixiantes y que nos merecerían observaciones muy desaprobatorias si fueran las propias. "En todos sitios cuecen habas".

Por fin, la bella Firenze nos recibe a última hora de la mañana. Entramos derechos, según las instrucciones del GPS, al casco antiguo en cuyo perímetro más exterior, hacia el nordeste, está nuestro apartamento: un amplio dúplex en un edificio de cuatro plantas sin ascensor y fachada decimonónica. El cruce de varios semáforos en rojo que, sin embargo, no regulan ningún paso de peatones no nos llama la atención. Sólo cuando llega la hora de instalarse y buscar aparcamiento en un parking, el vigilante nos pregunta, ladinamente, si hemos pasado algún semáforo en rojo hasta llegar allí y cuántas veces lo hemos hecho. Respondemos, dejándonos más de un paso indebido, y al hacerlo nos enteramos de que, por cada cruce, hemos cometido una infracción castigada con multa de no menos de cincuenta euros. Ante nuestro espanto, añade que se ofrece a gestionar directamente en el Ayuntamiento la cancelación de estas multas si dejamos el coche suficiente tiempo en su garaje como para poder pretextar que estaban justificadas para llegar a nuestra plaza reservada. Los tópicos afloran rápidamente. Por suerte, el buen estado y las comodidades del apartamento, evitan que la imagen típica reine demasiado tiempo en nuestro ánimo.

A mediodía un buen plato de pasta fresca con tomatitos cherry y abundante albahaca y un primer paseo hasta el Duomo con repetidas vistas a la impresionante cúpula de Brunelleschi desde las calles adyacentes en lo que no deja de ser un remake turístico de A room with a view.