26 de febrero de 2014

El prólogo que Manuel Fuentes escribió para "Filosofía de la minucia"


Hace unos meses dejó uno por aquí los prólogos que escribieron Antonio Orihuela y Carlos Piera para Las vidas de las imágenes y Del Tercer Reich respectivamente. No lograba encontrar la redacción original del que Manuel Fuentes escribió para Filosofía de la minucia. Es probable que el amargo regusto de la experiencia de la publicación en Bartleby fuera seguido de una serie de actos fallidos de represalia entre los cuales estaba la desaparición del prólogo. En fin...

Sin embargo, esta semana, rastreando en discos duros antiguos por motivos de trabajo, he encontrado el original perdido del cual dejo aquí constancia. Gracias Manolo.

"Fundar una poética supone un transitar de ida y vuelta entre el mito y el logos, entre una sombra y la sombra de otra sombra; supone establecer provisionalmente desde la especulación, en su significación etimológica, un triple diálogo entre las voces que construyen el texto. Filosofía de la minucia, de J. Jorge Sánchez, explicita ese proyecto desde el poema liminar, cuyo título, “Del mito al logos”, construye el proceso. La creación de una estirpe en la que apenas hay un nombre y el número de una calle porteña son las únicas marcas referenciales de la voz sin nombre de la ficción de una mujer cuyo monólogo dramático –lejos de los tonantes Browning o Cernuda, y próximos a la despersonalización de Alberto Girri y Alejandra Pizarnik- viene a ser la estrategia para inquirir minuciosamente el stream of consciousness de esa ficción textual. El símbolo del Graf Spee hundido en el Río de la Plata –inevitable recuerdo, por otra parte, del excelente libro anterior del autor, Del Tercer Reich- opera como mito de ese dark continent sepultado en las aguas y en la mente de una mujer anónima. Y de esa deep grammar, de ese Graf Spee, varado en la ciénaga del mar de la memoria leeremos manchas, imágenes de aceite que la superficie de las olas –de los textos- arrojarán a la playa de la conciencia del lector. Filosofía de la minucia, título que inevitablemente evoca la Filosofía de la miseria de Proudhon, funda la voz de una mujer desposeída y rota que se afianza inestablemente en la batalla del lenguaje, en los fragmentos de una poesía de la conciencia que unifica el proceso de la escritura. “Considerar la imaginación como metafísica –afirma Wallace Stevens- es pensar que constituye una parte de la vida, y pensar que constituye una parte de la vida es comprender una parte del artificio. Vivimos en la mente” Pensar y poetizar se resuelven finalmente formas nominales distintas de un mismo proceso en el que Heidegger –“Todo poetizar, en sentido amplio, es en su fondo un pensar”- está permanentemente presente; así, en el poema “Ser y tiempo. Martin Heidegger”, uno de los textos centrales del libro desde la perfección de la construcción hasta el sentido último que lo justifica, la kehre –traducir sería entrar en otra sombra del lenguaje- atribuida a la otra sombra que habita el libro –la presencia autosuficiente y ególatra del hombre cuyo tiempo es tiempo sin desperdicio- no puede cambiar el ser de la voz como despojo. Ese otro que escribe un libro para demostrar que Nietzsche tiene más en común con Kant/de lo que comúmente se cree […] (“Así habló Zarathustra. Friedrich Nietzsche”), pero que olvida que los críos están inquietos y yo necesito que la inmanencia/sea más que una palabra y recorra mis nervios; radical enfrentamiento entre dos sombras que representan dos posiciones ante el lenguaje: de un lado, la dialéctica, considerada como una lucha por la sabiduría frente a la retórica, entendida como batalla por la sabiduría para conquistar el poder; ese otro que entre unas notas para un curso sobre “El imperativo categórico” esconde una carta en la que prometes amor eterno a H […] (“Investigaciones lógicas. Edmund Husserl, IV”); ese otro, que no es más que un Calicles vulgar y corriente (“Diálogos. La República. Platón”); ese otro narrado en el que el lenguaje que lo construye es sólo un fantasma de la representación del poder frente a otro que busca la inasible certeza de ser. Filosofía de la minucia neutraliza la distancia entre discursos aparentemente divergentes –poesía/filosofía- al reconstruir en la voz dramática del personaje de ficción otro discurso que los contiene y trasciende. Equivocada, no por menos aventurada, sería una lectura –hermenéutica- que tratara de establecer la derivación entre el núcleo de significación –el título de cada texto- y el discurso del monólogo interior que desde la periferia trata de capturar la última presa. Parquedad imaginística, deliberada musicalidad de la armonía entre el fluir de la conciencia y la forma que la expresa –en este sentido es el texto “Psicopatología de la vida cotidiana. Sigmund Freud”, dramática taxonomía obsesiva de las minucias de la realidad, quizás una de las cimas del proceso y uno de los poemas que bordea la angustia plena de la existencia-; exclusión de la impostación, eliminación de la elegía, supresión de la metáfora brillante que oculta en su artificio la radicalidad de la esencia del lenguaje, descrédito de la enumeración caótica como aleatorio e irracional mecanismo de exploración de la conciencia –[…] No quisiera que/la única reflexión/de la que sea capaz/fuera la enumeración caótica/de las minucias por hacer. […] (“Meditaciones metafísicas. Descartes”), pliegues y márgenes de la lengua que expresan el cuerpo, que son pliegues del texto (“Márgenes de la filosofía. Jacques Derrida”); al fin, descubrir –mejor revelar- la usurpación de la lengua como instrumento de seducción y mentira, y devolverle –mejor retornarle- a través de la ficción una parte luminosa de su antigua verdad. Y es en esa contienda en el lenguaje, entre el mito y el logos donde se libra la última batalla del ser. Es éste y quizás sea éste uno de los ofrecimientos finales de un libro que, a la manera de Kafka –a través de Ingeborg Bachmann-, es “un hacha para el mar congelado en nosotros”. Filosofía de la minucia no es el análisis de las cosas de ‘poco valor y entidad’, sino la indagación en el significado etimológico del vocablo: ‘pequeño’, en el mundo que no se habla, pero que nos dice, desde la minucia de la filosofía, que es, finalmente, la minucia de la poesía."

Manuel Fuentes Vázquez
Universitat Rovira i Virgili