26 de octubre de 2013

Lectura de "Minima Moralia" (y II)


Más liviandad teórica y menos brillantez retórica encuentra uno en Adorno hoy día pese a que, como ya he dicho, su prosa guarde rescoldos de su antiguo encanto. Así, sus aforismos son sentencias decoloradas, sin fuerza, poco afiladas en su mayor parte, aunque de vez en cuando consiga pequeñas joyas:

"Las capas superiores, cuyas maldades se han ido democratizando sin cesar, dejan ver crudamente lo que desde hace tiempo es aplicable a la sociedad: que la vida se ha convertido en la ideología de su propia ausencia" (p191).

Mas la pérdida de fulgor de su escritura no le ha hecho a uno tanta mella como percibir en la antigua hondura del filósofo una ligereza y un apresuramiento en muchos de sus juicios que no pueden ser atribuidos únicamente al carácter fragmentario de Minima moralia. Un par de muestras:

a) su peyorativa consideración del cine, al que niega cualquier carácter artístico y que lee, casi exclusivamente, como medio de adoctrinamiento y enajenación de las masas. Escribe Adorno:

"La refinada palabrería sobre el arte cinematográfico sin duda es cosa de los escritorzuelos que quieren destacar, pero la apelación consciente a la ingenuidad, a la apatía de los siervos, que desde hace tiempo se está introduciendo entre las ideas de los señores, ya no tiene validez. El cine, que hoy acompaña inevitablemente a los hombres como si fuese una parte de ellos, es al mismo tiempo lo más alejado de su destino humano, del que se va realizando día tras día, y la apologética vive de la resistencia a pensar esa antinomia" (trad. de Joaquin Chamorro, p206); o

b) su crítica de cierta idea de la femineidad, tras la cual vuelve a aparecer justamente el estereotipo que pretende combatir:

"No hay más que observar, bajo el efecto de los celos, cómo tales mujeres femeninas disponen de su feminidad, cómo la acentúan según su conveniencia haciendo que sus ojos brillen y poniendo en juego su temperamento para saber cuán poca relación hay en ello con un inconsciente resguardado y no estropeado por el intelecto. Su integridad y pureza es justamente obra del yo, de la censura, del intelecto, y es por eso por lo que la mujer se adapta con tan pocos conflictos al principio de realidad del orden racional. Las naturalezas femeninas son, sin excepción, conformistas (sn)" (p95)

Asimismo, se encuentra uno con reevaluaciones de su trayectoria que, de tan excesivamente indulgentes, acaban afeándola. Por ejemplo, como disculpa su falta de sagacidad al analizar el fenómeno nazi. Encuentra Adorno una justificación que resulta difícil de digerir:
"La irrupción del Tercer Reich cogió por sorpresa a mis opiniones políticas, pero no a mis temores inconscientes" (p193)

Ha sido difícil impedir que sus frivolidades y errores no taparan sus hallazgos. Afortunadamente, pese a la levedad y la retórica agotadora, en sus textos también se hallan espléndidas argumentaciones, como su crítica al concepto de "autenticidad" o su anticipación de la estructura del double bind de todo concepto propuesta posteriormente por Derrida. Adorno se apercibe de la contaminación mutua de los opuestos en la versión sui generis de la dialéctica que sigue. Una relación que no se resuelve, siempre, en una unidad superior que las engloba, lo cual le permite, en determinados momentos, alcanzar brillantes resultados en la crítica:

"Con ello ha alcanzado el nacionalsocialismo la conciencia histórica de sí mismo. Carl Schmitt definió la esencia de lo político directamente mediante las categorías de lo amigo y lo enemigo. La progresión hacia esta conciencia implica la regresión hada la conducta del niño, que o se halla a gusto o siente miedo. La reducción a priori a la relación amigo-enemigo es uno de los fenómenos primordiales de la nueva antropología. La libertad consiste no en elegir entre blanco y
negro, sino en escapar de toda alternativa preestablecida." (p131).

"El message se convierte en escape: el que sólo atiende a la limpieza de la casa donde habita olvida los cimientos sobre los que está construida. Y lo que seríaa de verdad un escape, la oposición
hecha imagen al todo hasta en sus constituyentes formales, puede transformarse en message sin pretenderlo; es más, justamente por el terco ascetismo que rechaza a propuesta del primero" (p204).


"Lo auténtico, a lo que se reducen las mercancías y otros medios de cambio, adquiere el valor del oro.
Pero como en el oro, la autenticidad abstracta de sus quilates se convierte en fetiche. Ambos son tratados como si fueran el sustrato, cuando en realidad no son sino una relación social, cuando
el oro y la autenticidad son justamente expresión de la fungibilidad, de la comparabilidad de las cosas, y por tanto no son en sí, sino por otro. La inautenticidad de lo auténtico radica por ende
en que en la sociedad dominada por el cambio, lo auténtico pretende ser aquello que reemplaza no pudiendo de ningún modo serlo" (p155).

En fin. Siempre cabrá aducir que el problema no es Adorno, sino uno mismo y seguramente será eso...