13 de abril de 2012

Solzhenitsyn y el exceso (I)


Concluyendo el primer volumen de Archipiélago Gulag, la palabra que más le viene a uno a la mente para describir esta obra es "exceso". No se trata de que en este término se condense la naturaleza de las páginas de la obra de Solzhenitsyn. No resume ni sintetiza nada. Ni tan sólo la distingue críticamente. Únicamente, como lector, es la que merodea cuando trato de objetivar su recepción y enunciarla públicamente.

Exceso triple, tres excesos, triplemente excesiva.

Exceso formal y material, novelesco y literario: exceso, por así decirlo, interno.

Exceso formal por el acopio de recursos de los que debe servirse para representar un terror y un horror que sobrepasan cualquier forma. Exceso material por su desmesura. Exceso novelesco porque transgrede y supera los pactos y las convenciones del género aunque parta de ellos. Exceso literario porque es literatura y, al tiempo, más que literatura o, al menos, más que literatura en ese sentido restringido de la "Ficción" de Genette, por ejemplo: es documento histórico, recopilación memorial, archivo, acta notarial, levantamiento de testimonio... La obra de arte, el texto literario en este caso, en lo que tiene de irreductiblemente cognoscitivo va más allá de cualquier intento de restringirlo a la autorreferencia: el arte entra en relación con la verdad, una relación sin la cual la comprensión de aquél, dicho sea de paso, queda sensiblemente mermada.

Exceso ideológico, crítico. Exceso fronterizo.

Exceso de anticomunismo primitivo y elemental, de anticomunismo visceral que recuerda mucho al antiamericanismo trivial que la intelligentsia izquierdista europea ha cultivado como seña de identidad desde los años cincuenta del siglo pasado. Un exceso que conduce a Solzhenitsyn a realizar valoraciones históricas difícilmente digeribles, a simplificar, manipular o interpretar sesgadamente algunos hechos históricos y algunos documentos.

Exceso del objeto de la representación. Exceso del fenómeno totalitario. Exceso externo.

Exceso del totalitarismo que Solzhenitsyn intenta retratar y documentar para que no caiga en el olvido pero también para comprenderlo y poder domarlo y que otorgan a su obra una parte, la primera, del elevado juicio que a Vargas Llosa le merece la obra según consta en la portada: "La fuerza documental y moral de esta obra no tiene paralelo en la historia moderna". Sin Archipiélago Gulag el exceso criminal del totalitarismo bolchevique y estalinista habría sido menos accesible, más tergiversable, más eludible. Gracias a él eso no ha podido acontecer y cabe esperar que no suceda en el futuro y que la memoria de este exceso incalculable permanezca razonablemente vigente.