24 de abril de 2012

Apostilla a por qué a uno le traen sin cuidado tanto la república como la monarquía


Por si acaso, conviene dejar claro que uno ni ha sido ni será nunca, probablemente, monárquico. Es sólo que a pesar de que el republicanismo puede ser estéticamente, y de alguna manera también éticamente, preferible no vale la pena gastar un ápice de energía en su implantación habiendo otros asuntos más importantes y urgentes relacionados con la justicia social que no pueden quedar postergados por una "reforma" (y uno siempre es partidario de todas aquellas que aligeren el sufrimiento) que en muy poco atañe a los padecimientos cotidianos de los seres humanos.

Ni siquiera el manido disfraz de la mejora en transición hacia el socialismo o la utopía debe ser tenido en cuenta para justificar el gasto de tiempo en esta reforma. Es como el caso del nacionalismo: la lucha por la independencia, o la unión, váyase usted a saber, no hace más que ocultar los problemas más acuciantes. En ambos casos de trata de auténticos "opios del pueblo" que contaminan con pseudoproblemas a la izquierda.

Así, los ejemplos históricos que prueban que la autodeterminación no entraña ningún camino de mejora hacia la una mayor equidad, democracia o justicia social, dogma en el que sigue anclada por ejemplo en Catalunya la izquierda "realmente existente", los podemos encontrar en las antiguas repúblicas soviéticas, Croacia o Eslovenia. Y, por contra, algunos de los países con mayor equidad social, libertades civiles y democracias más participativas, en el Norte de Europa, con lo que cabe concluir que la forma institucional de revestimiento del poder político es una variable insignificante, son monarquías...