8 de marzo de 2012

"Fosa común" (v. 2.0)


Uno de los aspectos más estimulantes de la escritura es su inacabamiento. No hay texto que no pueda ser reescrito y, a veces, mejorado (otras empeorado) en función de variables que a menudo permanecen ignotas.

Llevaba uno semanas dándole vueltas al último poema escrito, "Fosa común", recitándolo en voz alta y releyéndolo para encontrar qué no acababa de funcionar en él. La poesía es enemiga de la prisa y quizás uno fue demasiado rápido en concluirlo y enviarlo a Ana Cañamares. O quizás, siendo algo más benevolente con uno mismo, unos días después de terminarlo alguno de esos actantes desconocidos que trabajan entre bastidores exigió cambios para satisfacer una nueva escritura-lectura del texto o, simplemente, una nueva o diferente sonoridad.

El caso es que lo he reescrito quitando lo que sobraba ("menos sigue siendo más") y periodizándolo de manera que su ritmo sea distinto y, según los nuevos requerimientos de uno (o de los otros que habitan en uno), más acorde con lo deseado.

"FOSA COMÚN (v. 2.0)

"La luz es la canción de los muertos"
Víktor Gómez

I


En su ausencia indomable los muertos son de todos y de nadie
(de aquello que no es
nadie -y cualquiera- puede ser dueño).


II


"Muertos míos de Rusia..." cantaba el poeta
reclamando su propiedad.
"Muertos míos de Rusia..." sollozaba
como si con sus lágrimas pudiera resucitarlos.
"Muertos míos de Rusia..." escribía
para conquistar la legitimidad de su muerte.
"Muertos míos de Rusia..." se lamentaba
queriendo secuestrar su desaparición
para hacerlos presentes de nuevo.
Pero en su pérdida absoluta los muertos no son de nadie,
"Sus" muertos le son tan ajenos
como los "nuestros".


En su cementerio, sea Yuste o Fuencarral,
en su fosa común, en su osario,
en su zanja perdida,
en sus restos irreconocibles,
imposibles de identificar,
desvanecidos,
ya polvo,
el panteón de los muertos no rinde cuentas más que ante sí mismo
como, en cierto sentido,
los libros, una vez pasado su tiempo,
no dialogan más que entre ellos
en el auditorio de la biblioteca universal.


En su tupida ausencia
en su silenciosa lejanía,
pues,
sólo cabe dejar a los muertos en paz.
Su luz es inaudible.
Viven en la absoluta libertad de la nada.


III


Mas no todos los muertos están irrevocablemente muertos.
Rigurosamente: nadie muere de una vez por todas cuando muere.


IV


En su perturbadora y sutil presencia
en su sigilosa cercanía
interpelan, convocan,
a unos, a otros, a todos
y se ofrecen a quienes responden a su apelación
mas siempre remotamente, con reservas,
sin entregarse completamente.


Si se han acercado
y hemos escuchado su luz
podemos reclamarlos como propios
y rendirles tributo.
Honrarlos a ellos y nada más que a ellos.
Si es necesario, escupir sobre las tumbas de sus enemigos:
no diré que no debemos hacerlo.


V


Sin embargo, deberíamos ser justos
y no abrazarlos mezquinamente.
Deberíamos recordar que, aunque se le parezca,
su vida no es la nuestra
y su muerte es la suya propia
no la de cada uno de nosotros.


Repito.
Si los queréis reclamar no diré yo cómo debéis hacerlo.
Únicamente, insisto, deberíamos ser justos.


VI


Yo los reclamo como míos porque oí a mi abuelo.

Y lo hago
porque con ellos victoriosos
los moros del viejo asesino
no hubieran sembrado de cadáveres las cunetas de Málaga
seguramente en Babi Yar las zanjas hubieran sido poco profundas,
como de huerto,
y la línea férrea de Oswiecijm no se habría desviado en un ramal
para acabar en una rampa.


Por eso son míos.


VII


Pero no cabe engañarse:
no me pertenecen aunque les honre. "

La versión anterior aquí.