10 de marzo de 2012

El arte como evasión


Nunca había vivido el arte como estrategia de huida de la realidad: como evasión. El arte, en general, casi siempre fue un elemento integrado en el plexo de estados de cosas del mundo que ayudaba a su comprensión, al goce o a las causas políticas y morales de la emancipación y la justicia.

Sin embargo, el viernes de la semana pasada, en el Liceo, cuando el telón se alzó para la representación de La Bohème de Puccini, uno se sintió como esos viejos burgueses nostálgicos que pueblan La Torre, la novela de Uwe Tellkamp sobre la vida en Dresde bajo la bandera de la DDR. Es más, uno pareció un trasunto proletarizado del médico Niklas Tietze que se refugia en la música clásica y en la ópera especialmente para negar la miseria del mundo que le rodea.

Disfrutó uno como nunca con las dos horas de Puccini. Sólo en los dos primeros actos se contienen, musicalmente, in nuce, motivos suficientes como para desarrollar tres o cuatro óperas distintas o eso le pareció a uno. La opinión de Esther es que hay la misma cantidad de arias que en otras óperas sólo que el acompañamiento, la orquestación y los arreglos son prolijos. Sea como sea, es tal la abundancia encabalgada de arias magníficamente orquestadas que uno se queda sin aliento. Los dos actos siguientes son más pálidos pero la impresión causada por la sobreabundancia inicial cubre su menor riqueza y matiza la afirmación que uno realizó hace tiempo sobre la importancia del componente teatral en la ópera: en La Bohème, la trama es pobre, leve, intrascendente, pero la obra no pierde por ello un ápice de su grandeza. Así pues, de la misma forma que una ópera teatralmente sólida puede paliar algunas debilidades musicales, una musicalmente extraordinariamente cubre por completo un libreto endeble.

Y al salir, la sensación de que este mundo que, por días, parece aproximarse a su apocalipsis, sólo puede ser soportado gracias al arte...

Afortunadamente, hoy, cuando escribo estas líneas vuelvo a sospechar de esa inminencia del fin de los tiempos, de ese mundo absolutamente miserable y cruel que sólo puede mirarse mediante el filtro de un arte hermoso y puro y recuerdo que, en la realidad, la belleza, la justicia y la bondad, frágiles pero insistentes, acaecen y que el arte, por su parte, puede estar trufado de crueldad y miseria.