16 de noviembre de 2011

Perejaume (I)


Días con las Pagèsiques del escultor y poeta Perejaume como única lectura. Debía alternarla con otras pero el trabajo ha impedido la promiscuidad y uno ha respetado la norma de la monogamia para tratar de extraer el máximo fruto a sus ratos de lectura máxime cuando el precio invertido en el libro debía ser justificado ante los propios prejuicios, ese empeño en el que se lleva años comprometido con más derrotas que éxitos.

Los prejuicios en cuestión. El meollo del asunto es que del tal Perejaume tenía uno noticias fidedignas provenientes de personas que lo conocían y que lo dibujaban como un individuo presuntuoso, engreído, oportunista y amante del éxito más que del arte. Por otra parte, con matices, casi todos coincidían en que una de sus habilidades fundamentales era la sabia explotación de su malla de relaciones.

Sin embargo, y pese a estos antecedentes, cuando publicó su segundo libro de poemas, Obreda, uno estuvo tentado de adquirirlo. No lo hizo porque había otras compras más urgentes. Luego el libro desapareció de las exposiciones y el olvido hizo el resto. Pero la aparición de Pagèsiques renovó la curiosidad que se atizó por las reminiscencias virgilianas y la intraducibilidad del título.

Al inicio la lectura fue sesgada: una búsqueda de motivos para despreciar la obra y confirmar los prejuicios. Una afirmación contenida en el primer libro (Pagèsiques) de los cinco que forman el texto pareció confirmarlo rápidamente: "La pagesia es clausura: vol prendre estat de perfecció". ¡Cómo se nota que no es un agricultor! Ya estaba servido el desprecio por el romanticismo mistificador de un artista que atribuye cualidades morales y estéticas excelsas a una actividad que aquellos que la sufren no pueden ver ni por asomo como tales.